Hay botellas que se abren de una en una, y en ocasiones especiales. Son la consagración de una celebración única y es el anfitrión el encargado de abrir la botella elegida, un champagne caro y exclusivo, a un precio desorbitado. Estas valiosas botellas llamadas Cuvées de Prestige son la espina dorsal del negocio del champagne.
Cuando uno bebe champagne, como en las mejores páginas de literatura francesa, siente que aquello es realmente auténtico. Hablo de champagnes que son un clásico, y como decía Italo Calvino "Un clásico es un libro que nunca ha cesado de contar lo que tiene que contar", me refiero a champagnes de las mejores añadas y parcelas, contando lo que tienen que contar.
En cualquier gran evento que se precie, hay siempre preparada una de estas botellas de champagne de lujo con nombre propio, Cuvées de Prestige de Grands Maisons como: Louis Roederer, Taittinger, Krug, Dom Pérignon, Veuve Clicquot, Ruinart, Pol Roger, Laurent-Perrier, Bollinger, Perrier-Jouët, Deutz, Lanson, Claude Cazals, Henriot, Charles Heidsieck, Piper-Heidsieck, Palmer&Co, Pommery, Philipponnat, Mumm, Demoiselle, Pommery, Gosset, Jacquesson, de Venoge, Drappier, entre muchos otros. Son los clásicos del champagne, vinos que viven en mundos paralelos a las demás marcas, obsesionados por a qué altura y a qué distancia están del resto. Aunque eso sí, manteniendo año tras año su estilo, la marca de la casa. Largas crianzas dotan de personalidad a estos vinos que, a pesar de la oxidación que les confiere el tiempo, en su gran mayoría poseen todavía grandes dosis de frescura, potencia y vitalidad, o una palabra que lo engloba todo: profundidad. Espumosos complejos que, sin embargo, no deben ser bebidos recién degollados sino más bien entre tres y seis meses y, dependiendo del estilo, hasta tres años después de su degüelle. Siempre hay confusión con el tema de cuándo debe beberse, pero hay que tener en cuenta que un champagne también madura después del degollado y, por supuesto, mejora.
El lugar privilegiado que ocupa el champagne en el mundo del vino le confiere la grandeza de estar en los acontecimientos más elitistas. Podríamos calificarlo como un espumoso de alta calidad que tiene la habilidad de moverse entre un público exigente, impresionado siempre por botellas persuasivas y sofisticadas no al alcance de todos. Un vino que ha sido y es el emblema de la elegancia, el éxito y la seducción, intentando siempre conducirnos por travesías de glamour. Y es que hay champagnes que nos hechizan y a los que estamos unidos, porque al beberlos mueren en nosotros expresando el poder de un territorio.
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