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El nuevo Primer Ministro de Turquía, en su salsa

¿Qué auguran estos cambios a Turquía y su política exterior? En dos palabras: nada bueno
Daniel Pipes
viernes, 5 de septiembre de 2014, 07:31 h (CET)

Mientras Recep Tayyip Erdoğán es elevado hoy a la presidencia de Turquía, su cuidadosamente elegido sucesor, Ajmet Davutoğlu, asume simultáneamente la antigua cartera de primer ministro de Erdoğán. ¿Qué auguran estos cambios a Turquía y su política exterior? En dos palabras: nada bueno.


En junio de 2005, siendo Davutoğlu el principal consejero de Erdoğán en política exterior, mantuve con él una conversación en Ankara durante una hora. Dos asuntos de aquella conversación siguen presentes en la memoria.

Él me preguntó por el movimiento neoconservador en Estados Unidos, en el apogeo de su fama y su presunta influencia por entonces. Empecé manifestando dudas de que yo fuera miembro de esta élite, como dio por sentado Davutoğlu, y pasé a destacar que ninguno de los responsables clave de la administración George W. Bush (el presidente, el vicepresidente, los secretarios de estado y defensa o el asesor de seguridad nacional) era neoconservador, hecho que me hacía ser escéptico con su presumido poder.

Davutoğlu respondió con una forma sutil de antisemitismo, insistiendo en que los neoconservadores eran mucho más poderosos de lo que yo advertía a primera vista porque trabajaban juntos dentro de una red clandestina apoyada en vínculos confesionales. (Tuvo la delicadeza de no poner nombre a la confesión de la que pudiera tratarse).

A su vez, le pregunté por los objetivos de la política exterior turca en Oriente Próximo durante la era del Partido Justicia y Desarrollo (AKP) que había comenzado en 2002, destacando las novedosas ambiciones de Ankara dentro de una región que llevaba tiempo despreciando. Él admitió la existencia de este cambio, pasándome a continuación una revista rápida de Afganistán a Marruecos y destacando las relaciones especiales de Turquía con muchos países.

Éstas abarcaban la presencia de poblaciones turcoparlantes (en Irak, por ejemplo), la herencia de la gestión otomana (el Líbano), las simbiosis económicas (Siria), los vínculos islámicos (Arabia Saudí) y la mediación diplomática (Irán).

Lo que más me sorprendió fue el vanagloriado optimismo y la seguridad total de Davutoğlu, antiguo docente universitario de relaciones internacionales e ideólogo islamista. No solamente dio a entender que Turquía llevaba tiempo conteniendo el aliento a la espera de su persona y su grandiosa visión, sino que también manifestaba un placer evidente por estar en posición de implantar sus teorías académicas en el gran tapiz de la política internacional.

(Este privilegio rara vez se hace realidad). En resumen, que aquella conversación no me inspiró ni confianza ni admiración.

Si bien Davutoğlu se ha desenvuelto notoriamente bien durante los años transcurridos, lo hizo exclusivamente como correveidile de su patrón único, Erdoğán. Sus precedentes, en contraste, se han distinguido por su legislación inconsistente y su fracaso constante, tan estrepitoso que linda con lo garrafal. Bajo la gestión de Davutoğlu, las relaciones de Ankara con los países occidentales se han echado casi universalmente a perder, mientras que las mantenidas con Irán, Irak, Siria, Israel, Egipto o Libia, entre otros países de Oriente Próximo, se han deteriorado rápidamente. Como colofón, la gestión turca corre peligro hasta dentro de su propia satrapía del Chipre septentrional.

A nivel simbólico, Turquía se está alejando paulatinamente de la alianza de democracias de la OTAN en favor del minúsculo grupo sino-ruso con alfileres conocido como la Organización de Cooperación de Shanghái. Como destaca tristemente Kemal Kılıçdaroğlu, secretario de la oposición: "Turquía se ha ido aislando del mundo".

Habiendo fracasado como primer ministro, ahora Davutoğlu – validando el Principio Dilbert – asciende a la embriagadora pero subordinada cartera tanto de la secretaría del AKP como del Estado. Se enfrenta a dos retos importantes:

Como secretario del AKP, tiene por delante alzarse con una sonada victoria en los comicios parlamentarios de junio de 2015 para poder modificar el texto constitucional y convertir el cargo cuasi-ceremonial de presidente en el sultanato electo que ansía Erdoğán. ¿Podrá Davutoğlu obtener los votos? Me incluyo entre los escépticos. Doy por descontado que Erdoğán lamentará la jornada en que renunció a su primera cartera para ocupar la de presidente, para acabar ignorado o aburrido dentro del amplio "elenco" presidencial.

Como 26º presidente de Turquía, Davutoğlu se enfrenta a una burbuja económica peligrosamente próxima a su colapso, la ruptura del estado de derecho, un país volátil a consecuencia de la divisiva gestión de Erdoğán, a un hostil movimiento Gülen y a una formación AKP dividida, convergiendo todo en el seno de un país cada vez más islamista (y por tanto menos cívico). Además, los problemas de la política exterior que el propio Davutoğlu se ha creado se prolongarán, sobre todo los secuestros del ISIS en Mosul.

El infortunado Davutoğlu recuerda al servicio de limpieza que se persona en la fiesta de madrugada para encarar el desastre dejado atrás por los jaraneros ausentes. Felizmente, el polémico y autocrático Erdoğán ya no ocupa la cartera ministerial clave de Turquía; pero que ponga el país en las inestables manos de un incondicional de incompetencia demostrada plantea a los turcos, a sus vecinos y a todos los que estiman al país, múltiples motivos de preocupación nuevos.

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