La gente en general -al menos en España, no conozco otros países-, en los lugares donde se concentran aglomeraciones, se comportan de las siguientes maneras:
-Te puede uno pasar al lado, uno que llama a otro que está algo lejos, gritándote en la oreja, con su cara muy cerca de su cara. Con el consiguiente susto que te pegas, es como si estallase un petardo.
-Hablan muy alto, más de la cuenta, casi gritan. Pasas al lado de grupos de gente que brama, intentas pasar lo más rápido pero si alguno se gira, aunque te vea, sigue HABLANDO-GRITANDO y te despeina con su expansión de saliva y rebuzno. No esperes disculpas, el tonto eres tú por andar por ahí mientras él hacía vida.
-En un pasillo de un súpermercado, es habitual ver al típico idiota que ve algo que le gusta mirar, o que busca algo, y si va con un carro, lo deja cruzado y obstaculiza el paso.
No se tiene en general conciencia físico espacial. Ese es el quid de todo.
Cuando yo voy a comprar, si me detengo a algo, miro de reojo a ver si tengo alguien detrás. Eso se llama RESPETO. La mayoría de la gente esto no lo hace. Por eso sufrimos esos tapones de pasillos en las tiendas de gente que le importa UNA MIERDA el que venga detrás. Hay que disimular, gruñendo: ¿me permite, por favor? Eso cuando no voy de mala hostia y con mi carrito empujo el del otro, y el otro, como si viviera en las esferas y bajase de pronto a la tierra, aparta su carro mirándote con horror, como si fueras alguien problemático, un borderline, alguien que trabaja en Sálvame. Dice "perdona", eso los menos. Los otros quedan molestos, o extrañados; encima. Que se jodan.
-Tanto si los conoces como si no, te hablan muy cerca. Tienen costumbre de no respetar el espacio vital, como dije. Tenemos el típico o la típica peste que te acerca la cara para que no veas mundo, ni cielo ni nada más que la estupidez con que te mata en ese momento. Y los tocones, hay gente que cuando te cuenta una cosa necesita darte golpecitos en el hombro para que le prestes el 100% de la atención. Se deben pensar que te puedes dormir mientras hablan, y quieren ser escuchados totalmente, al contrario que tú, que si dices algo te lo tajan a mitad para seguir su monotema monopolizador, golpe al hombro y sólo ves sus caras de trastornados.
-La gente desconocida, concluyendo, habla a gritos, por tanto escupe como aspersor. Sus hijos salen gritones como ellos. Corretean y van en bici por el centro, y como no han sido educados en respeto te puedes ver un gremlin enfocado corriendo hacia ti, yo a veces no me he apartado: pensando: te estampas contra mí y te jodes, y entonces el niño suicida ha esquivado mirándome con mal humor. Un futuro psicokiller.
-En conclusión, la gente va escupiendo por todos lados. Fuentes autónomas no registradas ni homologadas. Eso justifica que cuando ha habido una gripe en un entorno laboral, de un solo trabajador, se haya expandido ésta rápidamente entre un buen número de trabajadoras/os, porque no hay dios que escape a tanto asno relinchando.
Que haya tenido que venir una pandemia, que a marchamartillo se aconseja que todo lo dicho anteriormente no se produzca, es decir, que se espacie la gente, que hablemos desde cierta distancia, que por la saliva se contagia la cosa, esto es, que gritar como pastores complica la cosa... tiene cojones! Y ahora se les ve a todos algo más modositos, pero sólo por lo del corona, pero sólo un poco, eh? Siguen largando palabras a voz fuerte y dominando la zona, the master.
Putos amos. Con niños, dioses, ella y él, porque se ha de entender -creen- que la maldición que les ha caído por tener niños les convierte en garantes, por la amargura, de espaciar sus sombras y sobrevolarte, y empujarte. Además, no sé quiénes les habrán dicho eso, creen que tener hijos vale más para el mundo que no tenerlos, y que poseen más derechos, más manga ancha. Paro aquí el análisis que ponerme en la mente de los tontos me asfixia y no vale de nada.
Porque lo del espacio vital no lo respetan ni lo harán nunca, desde niños lo han invadido y seguiremos sufriendo trompetazos de voces de pronto en la oreja de pastoracos llamando a sus amigachos, mujeres o al niño lanillas que se les ha escapado al otro lado del recinto.
Hoy hemos ido Iratxe y yo a comprar primero a la verdulería -la tienda pequeña, de producto del campo, tiene preferencia-, y luego al Carrefour, a comprar cosas que en la primera no había. Es cierto que hemos visto que estanterías estaban medio vacías, la gente se cree que van a encerrarse en casa hasta el invierno. Muchas películas vistas. A las cajeras les han dado para ponerse guantes de plástico, creo del malo, y se les veía las manos sudorosas dentro; contar el dinero así, tocar los artículos así, debe ser un infierno. El látex no causa alergia, espero que sea temporal ese remedio para estas trabajadoras, pues no es justo. Y lo malo es que no están protegidas, porque va más por la saliva, el coronita, y mientras sigan teniendo tal trasiego de maleducados bramando escupitajos de palabras, inclinando el cuerpo hacia sus ordenadores y maquinitas, hacia ellas, están perdidas. San Cosme las proteja.
El peligro no es el coronavirus, el peligro es la peña, que son guarros de cojones, se espolsan la pirula después de mear y no se lavan las patas. Palante. "Los hombres tenemos estas cosas".
Iratxe y yo esquivábamos -siempre lo hemos hecho, nuestros hábitos no han cambiado porque ya actuábamos como si hubiera coronavirus: para nosotros el ser humano en general, un virus, una pandemia, una maldición-; virábamos como drones esquivando a toda la peña, pero es difícil, esquivas a unos y se te abalanzan otros. Son gremlins, orcos, monstruos, tempestades de identidades oblongas, el coronavirus es más amigo que ellos, me cago en dios. Porque esa nueva invención del Capital para inflar el temor y lanzar al sótano de la noticia el tema de la emergencia climática, y para a la vez ganar con esto -como con otros virus lanzados-, pasará. Llenas las arcas, satisfechos de haber difuminado la preocupación por el clima, por el cambio de hábitos, los melones que sufrimos por vecinos seguirán gritando por las calles y sitios cerrados como almas en pena, como seguidores de un equipo de fútbol en medio del encuentro.
Hasta luego. Que todo sigue igual. Esto sólo se cambiará a hostiajos, y el que quede en pie que mueva el hijo de la campana.
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