Últimamente se habla mucho de Andorra debido a las cuentas corrientes de la familia Pujol que supuestamente reposan en algún banco andorrano. Pero al margen de este dato, seguramente hay más apellidos ilustres de España con cuentas opacas en Andorra, el país de los Pirineos es mucho más que esas cuentas corrientes en sus bancos y que hasta el año 2010 hacían de este pequeño país un cercano paraíso fiscal.
Desde muy niña oí a la familia hablar de Andorra, largas tertulias familiares ocupaban la atención hablando de ese país de los Pirineos, tertulias a las que se unían los vecinos. Desde mi más tierna infancia soñé con ese país que para mí resultaba tan lejano, un viaje casi imposible de realizar, lo nunca visto. Las discusiones sobre este paraíso hacían que en mi mente infantil albergara situaciones que podrían resultar de otro planeta, del más allá.
Un país, según los comentarios que escuchaba, donde el dinero importaba más bien poco porque todo estaba al alcance de cualquier bolsillo, con la ventaja de poder adquirir manjares, caramelos y medicinas que no existían en el pueblo ni tampoco en Barcelona. En Castellar del Vallés, de donde soy nativa, los vecinos que viajaban a Andorra a su regreso explicaban historias de nunca acabar sobre todo lo que habían visto en unas tiendas que en nada se semejaban a las existentes por aquellos días en España. Las experiencias eran mucho mejores que los libros infantiles que hojeaba sin cesar en mi cama de enferma.
Aspirinas XL y vajilla Duralex
La gente iba a Andorra para comprar aspirinas, los paquetes eran superlativos, cajas grandes, nada que ver con las que había en casa y que se encontraban en todas las farmacias de España. Si bien la fórmula de la aspirina es la que era, igual o similar a la que vendían aquí en las farmacias en aquellos momentos tenías la sensación de estar ante un medicamento milagroso y, lo que era más importante, ¡era barato¡.
Al tiempo que el “boom” de la aspirina llegó el del Duralex, vajillas de color transparente, verde y miel, toda una novedad para vestir la mesa. Vasos y platos que llevaban implícitamente escrito el sello de un diseño novedoso para aquellos momentos, pronto se impuso en millones de hogares, la casa que no servía con Duralex no vivía la moda del momento.
El único problema de aquel cristal tan especial y tan alejado de las exquisitas vajillas de Limoges estribaba en que cuando alguna de sus piezas caía al suelo estallaba en añicos y dejaba el suelo lleno de pequeños brillantes que a las amas de casa les costaba días hacer desaparecer, pasaban semanas desde la accidental rotura y siempre, de repente, en algún rincón aparecía, brillante, una esquirla de aquel vaso, taza o plato que hacía días se había roto. En la mayoría de casas en aquellos tiempos todavía se barría con escobas artesanas, los modernos cepillos con fibra de plástico todavía no habían aparecido y mucho menos los aspiradores eran un utensilio habitual en la mayoría de domicilios españoles.
Andorra iba alimentando en mi vida espejismos y vidas maravillosas, llegó el café, el azúcar, el queso, los vinos, el champagne, los licores y los can-canes de nylon.
Un verano mis padres con unos primos que tenían coche decidieron llevarme a conocer aquel paraíso perdido en mi mente y que era tan importante descubrir. Tenía once años. Un milagro iba a ocurrir en mi vida.
Un país en que también hablan catalán
Aquel primer viaje a Andorra fue impagable, llegué completamente mareada, la carretera, serpenteante, me había dejado cao. Después de una hora de reposo pude contemplar el ir y venir de una hilera de coches larguísima. Mi padre me llevaba colgada de sus hombros para que desde su altura pudiera descubrir aquel país maravilloso, estuvimos viendo todas las tiendas, todas ellas abarrotadas y la gente caminando con multitud de paquetes. Como en familia se hablaba de un país, al viajar a Andorra estaba convencida de ir muy lejos y por lo tanto me iba a encontrar con muchas novedades y cosas desconocidas. Me sorprendió que me hablaran en catalán, salía de casa, iba lejos, de viaje a otro país y no tenía que hacer un esfuerzo a la hora de expresarme, en aquellos momentos pensé que, como mínimo, debería hablar en francés, era el único idioma que dominaba, mi abuelo materno era francés y aprendí a hablarlo al mismo tiempo que el catalán y el castellano. Por lo tanto cuando estábamos paseando veía un país nuevo que me era muy familiar. Muy agradable. Sin problemas, nadie en casa me había avisado de posibles temores.
Radios, cámaras fotográficas, televisores
Se compraban televisores, radios, cámaras fotográficas, y todo el mundo tenía miedo de que al pasar la aduana les requisaran aquellos electrodomésticos que habían comprado a precios reventados.
En ese primer viaje tuve solo esa imagen, no compramos nada, sólo fuimos a conocer la “tierra prometida”, en casa no se compraba más que lo más esencial, por lo tanto fui a Andorra a sabiendas de que no podríamos comprar ni un paquete de las célebres aspirinas. El viaje duró un día, llegamos por la mañana y regresamos a última hora de la noche. Un ir y venir, como se decía en casa. Me quedó la idea de que había conocido muy poco de aquel pequeño país y me dije que volvería otro día con más tiempo.
Pasaron los años, muchos, y volví a Andorra siendo ya periodista, fui varias veces con un fotógrafo amigo. Íbamos a comprar objetos para su cámara, al tiempo que aprovechaba el viaje para llenar el depósito de gasolina, mucho más barata que en España. Merendábamos, veíamos las novedades de todo y a la vuelta solíamos cenar en algún restaurante de carretera, siempre elegíamos uno en el que el parking estuviera lleno de camiones, era una señal de que allí daban bien de comer y a un precio asequible.
Olor a tierra mojada, esquí, ríos, lagos, puentes...
En Andorra descubrí el olor de la tierra mojada en verano y las pistas de esquí en invierno, pistas largas, con unas espléndidas vistas en las que predominan el verde del arbolado y el blanco, un blanco en el que refulge el Sol de una manera espléndida. Ríos, lagos, puentes, prados, valles, montañas, todo eso es Andorra, un país milenario que alberga un rico patrimonio cultural con destacados ejemplos en cada una de sus poblaciones, torres e iglesias románicas, museos y monumentos, itinerarios culturales y muchas fiestas tradicionales.
Centro de peregrinación religiosa
Es también un destacado centro de peregrinación religiosa. En mitad del Principado, rodeado de naturaleza y envuelto en parajes de gran belleza se encuentra el Santuario de Meritxell, patrona de y que el Papa Francisco ha reconocido recientemente otorgándole el título y la dignidad de “Basílica Menor”. El conjunto está formado por la iglesia vieja de Meritxell, de origen románico y el nuevo santuario obra del arquitecto catalán Ricard Bofill.
Este santuario se ha incorporado a la ruta Mariana, lo que le ha permitido consolidarse como importante destino de turismo religioso y formar parte de este destino global visitado tanto por creyentes como por amantes del arte y la naturaleza. La ruta Mariana es un itinerario de interés cultural y religioso que transcurre por tres países y que une los santuarios del Pilar, Torreciudad, Lourdes, Meritxell y Montserrat. Entre sus cinco santuarios acoge anualmente alrededor de 12 millones de peregrinos. Despierta mucho interés, prueba de ello es que en los seis primeros meses de este 2014 el número de consultas a su secretaría ha aumentado un 40% respecto al mismo período del año anterior.
Más de 40 iglesias románicas
Andorra cuenta con más de 40 iglesias románicas, construcciones sencillas, de reducidas dimensiones y de ornamentación austera. Entre los más valiosos ejemplos destacan el Puente de Margineda, la iglesia de Santa Coloma con su torre circular o la iglesia de Sant Esteve con el ábside románico de mayores dimensiones y el más rico en decoración del Principado. Hay que visitar en Canillo la iglesia de Sant Joan de Caselles, está considerada como una de las construcciones más importantes del arte románico en el Principado. En su interior podemos ver un Cristo en estuco único en el mundo (siglo XII). El Santuario de Canòlich, en Sant Julià de Loria, es una de las ermitas más veneradas y Sant Martí de Cortinada, iglesia románica del siglo XII en la que se pueden admirar pinturas murales realizadas a finales del siglo XII, así como retablos, rejería y otras obras de decoración.
Al abrigo de todo este patrimonio cultural y natural, rodeada de valles y montañas, se encuentra Andorra la Vella, capital del país que junto con Escaldes – Engordany forman un lugar lleno de vida con un gran eje comercial donde se disfruta de las compras aunque en estos momentos los precios han dejado de ser tan ventajosos como lo eren que cuando descubrí este país, sin olvidar el ocio y el relax que se encuentra a través de las aguas termales de Caldea, un auténtico paraíso para los sentidos donde el agua termal premia con todos sus dones a quién los visita.
Caldea, espectacular en el interior y exterior
Caldea abrió sus puertas en el año 1994, con diseñó es del arquitecto francés Jean Michel Ruols, con el fin de utilizar para el uso público sus aguas termales. Es un edificio de diseño vanguardista y llama la atención del turista por sus formas y por su original torre de 80 metros de altura, es el edificio más alto que hay en Andorra.
Caldea es el paraíso terrenal, sus aguas son ricas en azufre, minerales y son sódicas y untuosas como el plancton termal. Tienen todo tipo de tratamientos y el espacio lúdico es único en Europa. Lo que más me ha impactado de las veces que he estado en Caldea ha sido cuando estando en la piscina interior hay un río de agua tibia que te lleva a una gran piscina descubierta desde donde ver, inmerso en el agua caliente, la Luna y el cielo cubierto de estrellas mientras continúa bajando la temperatura por debajo de los cero grados. Impagable. La verdad, nunca deseas que estos momentos pasen pero hay que seguir.
Los andorranos son gente amable, les gusta proteger su intimidad, su territorio es hermoso y les agrada enseñarlo, son propietarios de un haber muy completo que no todos los países poseen con tanta diversidad. Saben lo que tienen, lo miman lo protegen, el país es muy pequeño, por eso gusta tanto.
|