El matadero de San Bernardo es unos de los símbolos taurinos más bellos que aún
conserva la ciudad de Sevilla. Su recuerdo me llegó el día de la muerte de mi madre por
nuestro querido y admirado maestro Tito de San Bernardo tras leerle una entrevista en
la desaparecida revista taurina Fiesta Brava en 1983. Desde aquello yo solo quería ser
torero. En aquella entrevista confesó el maestro sevillano haber aprendido a torear en
los corrales del mataero de Sevilla; de cómo se vivía cada amanecer cuando llegaban
los camiones de ganado de la marisma; allí justo al desembarcar se hacían los lotes y
se apartaban las reses en dos viejos corralones para poderlas torear. Era en esos patios
donde mejor se aprendían los tercios, las querencias, incluso a descabellar con esas
vacas de media sangre que a todo embestían sin aliento. Desde las ocho de la mañana a
hasta bien entrada la madrugada y con la ayuda de dos bombillas preparadas, se fraguó
durante casi doscientos años el temple del toreo sevillano de todos los tiempos...
Allí y hasta su última época en los años setenta se respiraba torería por donde mirases.
Pepe La Fuente, mozo de espá de Joselito “El Algabeño”, era el primero que hacía la
vista gorda pues era el portero y llavero del viejo mataero; después El Macareno que
llegó a ser banderillero de Pepe Luis, encerraba el ganado en dos viejos corrales
atravesando una larga y escurridiza mangá con la ayuda del novillero Juanito Páez, que
era quien repartía las mejores vacas y erales en los dos escenarios hasta que les daba el
matarife con una certera puntilla, obra y gracia de Hipólito, abuelo del banderillero de
Francisco Rivera “Paquirri”. En aquel improvisado teatro, día a día se toreaba hasta
desfallecer, según contaba El Tito de San Bernardo, testigo y notario de excepción de
los primeros lances los Vázquez, Pepe Luis, Manolo y Rafael; de Diego Puerta y de él
mismo. El olor a sangre seca, a ganado recién llegado del campo, a marisma; bajo el
ruido de voces, cerrojazos secos, mugidos acongojantes, turreos de celo y berreos
alocados siguen actuales en el recuerdo musical del maestro Tito de San Bernardo. A él
como a todos los toreros grandes que tuvieron la suerte de torear sobre esa calzada
romana donde se asienta el mataero, desde Costillares, Curro Guillén, Cúchares, hasta
los Vázquez y Diego Puerta, su recuerdo les será inmortal allá donde estén. Gracias a
este viejo mataero perfeccionaron su temple y nació en sus manos, muñecas y pies
nuestro genial toreo sevillano. Gracias a ellos, repito y en el recuerdo de los presentes y
ausentes, quisiera dedicarles estas líneas y el azulejo que anoche en compañía de mis
hijos levanté junto a su portón de entrada para rendirles homenaje a lo mucho que les
agradeceremos siempre la afición de Sevilla por aquellos innumerables desvelos y
esfuerzos con el único fin de lograr que el toreo sevillano tenga ésa luz y ése lugar en la
historia de la Tauromaquia hasta nuestros días.
|