Nueva York. Brandon (Michael Fassbender) es un atractivo ejecutivo cuyo gusto por el sexo se está convirtiendo en una peligrosa adicción que afecta negativamente a su vida personal. La situación empeora cuando su hermana, Sissy (Carey Mulligan), una joven con problemas psicológicos, se instala en su apartamento.
En estos tiempos en los que la conducta sexual del individuo se ha banalizado hasta límites insospechados, en donde los medios de comunicación de masas, alentados en la sombra por los poderes fácticos, inducen diariamente a follar en lugar de a pensar, se hacía necesaria la realización de una película que expusiera algunos de los peligros que puede conllevar adentrarse en los abismos de la lujuria desenfrenada. Shame, segundo trabajo del director británico Steve McQueen (no, no es pariente del famoso actor), además de retratar la progresiva decadencia moral y física de su protagonista, un voraz depredador que resulta estrangulado por su propia tela de araña, supone una reflexión acerca del vacío existencial que envuelve a una sociedad fracasada por la ausencia de valores. Que su discurso implica al conjunto de la colectividad, se manifiesta no ya sólo en el comportamiento de sus personajes secundarios y accesorios, casi siempre reprobable, sino también en el hecho de que la urbe, omnipresente a través del vidrio de los cristales, sea testigo silencioso y, a la vez, parte implicada en este sórdido descenso al infierno de la concupiscencia.
Michael Fassbender.
El filme se abre con un plano cenital de Brandon, que aparece tumbado boca arriba sobre la cama. En su rostro, de mirada perdida, se advierte cierto hastío vital. A continuación coge el metro para ir a trabajar. En su mismo vagón viaja una guapa pelirroja. Brandon la mira, cada vez con más frecuencia. La joven responde complacida con miradas furtivas hacia su observador. McQueen intercala en esta secuencia escenas previas que nos muestran la adicción al sexo de su personaje. Vuelta al vagón, se acerca la parada. La pelirroja se levanta y se agarra a una barra metálica a la espera de que el metro se detenga. Lleva un anillo que probablemente indique que está casada. Brandon se sitúa justo detrás de ella; sus cuerpos se rozan y una expresión de nerviosismo y deseo cubre el rostro de la joven. El metro se detiene y abre sus puertas. La chica sale disparada y Brandon la sigue; el depredador ansía a su presa. La multitud, que no cesa su tránsito, impide, sin embargo, que le pueda dar alcance. Esta vez la caza ha terminado sin éxito, pero el realizador ha logrado su objetivo: situarnos ante el protagonista y su problema. El drama se acentuará con la sorpresiva llegada de Sissy, abandonada por su novio y por la que Brandon siente un reprimido deseo incestuoso que lo hundirá aún más en su monomanía. De un modo muy sutil, casi desapercibido, McQueen insinúa que ambos debieron tener una infancia difícil, lo que sin duda repercutió en la configuración de sus atormentadas personalidades.
La narración es pausada; y al director no le importa fijar la cámara un tiempo mientras filma conversaciones entre personajes. Destaca el magnífico uso que hace del plano secuencia, ya sea para seguir a Brandon durante una carrera nocturna por las calles de Nueva York o para acompañar a éste en su cita con una compañera de trabajo. A través de una estilizada puesta en escena, Shame introduce al espectador en el ambiente noctívago de la gran ciudad, con sus clubes de moda, bares de copas, restaurantes de lujo y cavernosos picaderos que recuerdan a la turbia atmósfera de la obra de Paul Schrader Light Sleeper.
Interpretación soberbia la de Michael Fassbender, actor camaleónico y de registros ilimitados que parece no tener techo. En los últimos minutos de la cinta volverá a toparse en el metro con la atractiva y sensual pelirroja. El final es abierto, pero ya sabe la rana que el escorpión, aun necesitado de ayuda, rara vez renuncia a su naturaleza.
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