Anteayer, con sus declaraciones, se me derrumbó definitivamente el mito Jordi Pujol. Aquel político al que, hace muchos años, admiré como estadista por su equilibrio mental y territorial y del que hasta llegué a pensar, imaginando, imaginativamente que habría sido un buen presidente de gobierno español si tal y como sacaba tanta tajada, de manera políticamente habilidosa, de España para Catalunya, allá por la década de los 90 del siglo pasado –cogobernando con los ahora depauperados Felipe González y Aznar–, la podría sacar también él de la Unión Europea para España.
Pero se me ha roto en mil pedazos. Se ha caído del pedestal de “finísima porcelana” –metáfora de Artur Mas sobre Catalunya en una reciente entrevista con Josep Cuní– que lo sustentaba. Y de la oquedad del pedestal, roto también del batacazo, han rodado por los suelos miles y miles de euros de forma descontrolada. Euros, sin duda, de doble nacionalidad, española y catalana. Como dobles, sin duda también, demostrándose está, son los hemisferios cerebrales de Pujol con sus dos personalidades: la del político histriónico y la del frío financiero acaparador. Muy alejadas, una y otra, de su formación humanística de galeno en la que la ética debe primar por encima de todo. Todavía habrá quien intente justificarlo diciendo aquello tan descerebradamente depravado, en una democracia que se precie, de: “És que ha fet molt per Catalunya”. Pero presuntamente más ha hecho por él y su familia.
Dios, ese dios multiforme en todas sus presentaciones, no nos ha querido librar ni de este salvador patriotero, que juró su cargo más hipócritamente que jurando a Hipócrates, ni de esos “pujoles” que siguen pululando por ahí, muchos amparados y haciendo ostentación de ese dios multiforme –quien, al parecer, dedica más tiempo a proteger y llenar más las arcas de los avaros y sus familias que a aliviar y sanar a los más necesitados–.
Pobre y podrida vieja piel de toro que, por culpa de quienes transforman la ideología en materia –no sé si en un proceso cuántico digno de un premio Nobel de Física–, presencia impávida, día a día, escándalo tras escándalo, corrupción más corrupción, el empobrecimiento de millones de personas o cómo se está masacrando el presente y futuro de millones de jóvenes y, al paso, el presente y futuro del país. Hasta que terminen haciéndolo jirones. Mientras, ellos sí, siguen amasando fortuna; porque las leyes las han hecho ellos para ellos en una calculada pirueta democrática. ¿Serán estas las “raíces profundas” prometidas como la nueva tierra?
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