Antes de iniciar este comentario debo disculparme por no haber escrito, en mis comentarios sobre el tema de la pandemia que nos asuela, con la corrección ortográfica debida, este repugnante virus que nos está amargando la vida. Creo que, en ninguna de las ocasiones en las que me he referido a él, lo he hecho utilizando las letras correctas, de lo que solamente me puede excusar mi ignorancia en el complicado léxico de las enfermedades, en el terreno de la medicina. Vayan por delante mis excusas y arrepentimiento con propósito de enmienda.
Pero, aparte de estas nimiedades, la dura realidad nos lleva a ciertas consideraciones respeto a lo que está sucediendo en nuestro país después de que se declarara, por el gobierno, el estado de Alarma, como consecuencia de la difusión incontrolada y, cada vez más preocupante, de este virus importado de la república China que, si no hay alguien capaz de detenerlo, amenaza con infectar a una parte importante de nuestro pueblo, con todas las incalculables consecuencias respecto a contagios masivos, muertes y gravísimas consecuencias económicas que, sin duda, van a afectar, no solamente a empresarios, profesionales y artistas, sino que tendrá una clara incidencia en el trabajo, el desempleo, el paro y los beneficios sociales de los trabajadores que, seguramente, van a ser los más perjudicados por la pandemia que estamos padeciendo.
Pero, en esta ocasión, vamos a comentar las consecuencias, particularmente preocupantes, que la irrupción del Cobid19 han tenido y van a continuar teniendo sobre un sector de la ciudadanía que, según informan los expertos en la materia, están particularmente expuestos a ser afectados por la enfermedad debido a sus menores defensas contra el contagio y la fragilidad, agravada por las enfermedades de las que ya puedan estar afectados, de su salud. Nos referimos, como ya es fácilmente colegible, a las personas mayores, los ancianos, aquellos que en muchas ocasiones han sido internados por sus familias en residencias (actualmente se denomina de esta manera, eufemísticamente, a aquellos lugares a los que se envía a quienes por su edad avanzada ya no pueden colaborar, más que económicamente con sus pensiones, al entorno familiar; pero no pueden valerse por sí mismos, necesitan vigilancia y cuidados especiales que, en la mayoría de los casos, sus familiares o allegados no están dispuestos a asumir).
A pesar de ser personas con alto riesgo de ser afectadas por el virus, no parece que la preocupación de las autoridades, incluso de las sanitarias, se hayan centrado excesivamente en este sector que, precisamente, por estar las personas internadas en ellos agrupados en lugares cerrados, como son las residencias o geriátricos en los que viven, deberían haber sido objeto de la atención sanitaria pública que ya tendrían que haber previsto con anterioridad que, el mantener a estas personas mayores agrupadas en geriátricos, constituía un peligro inminente, por su fragilidad y sus enfermedades, de ser contagiadas con mayor facilidad por la pandemia que se cierne sobre nuestro país. Suena a nazismo, a exterminio consentido o a genocidio encubierto algunos de los comentarios que se pueden encontrar en diversos medios de opinión o en los tweets que se pueden leer en ciertas cadenas donde es fácil apreciar la degradación moral y ética de algunas personas, evidentemente jóvenes, y la bajeza con la que se expresan respecto a sus mayores, a los que consideran como un estorbo, unos inútiles y unos incapaces para adaptarse a los tiempos actuales que, en su inconsciencia, ignorancia y falta de experiencia, estiman que son el resultado de su propia aportación ( en la mayoría de casos ninguna) a la modernidad.
Naturalmente, la izquierda que nos está invadiendo no se ha podido sustraer a expresarse sobre esta mortandad de personas mayores, causada por el virus que nos invade y lo ha hecho, como es habitual en esta gente, desde la temeridad, la falta de sentido común, las ideas progres y la estupidez supina de querer llamar la atención, reclamar el protagonismo y destacar del resto de personas que la rodean. Así es como esta joven, en la flor de su juventud, sin pensar que un día va a formar parte, si tiene la suerte de poder llegar a ello, de este grupo de personas a las que, al parecer, considera que están de más en la tierra, ha hecho gala de su incapacidad para ocupar el cargo que ocupa, haciendo caso omiso de la oportunidad de mantener su boca cerrada en lugar de abrirla para desprestigiarse a sí misma. La concejal de Juventud de Arrecife, Elisabeth Merino (Somos Lanzarote-Nueva Canarias), ha afirmado que el coronavirus «es un aviso de la naturaleza de que puede ser que estemos llenando la Tierra de muchas personas mayores y no de jóvenes”. Se le podría replicar que, si es cierto de que los nacimientos en España van decreciendo, todavía lo es más que, gracias a las teoría de favorecer los abortos de la izquierda, cada año en nuestra patria se sacrifican, yo digo asesinan, más de 100.000 fetos que, evidentemente, ayudarían a equilibrar esta diferencia entre, los que llegan a edades avanzadas y los nacimientos de niños, que podrían llegar para ocupar los puestos que aquellos dejaran libres.
Por otra parte, es muy cierto que entre la población de 50 años para abajo, es decir los que todavía piensan que les queda un largo recorrido para llegar a la senectud, una utopía engañosa cómo van a poder comprobar a medida que los días les transcurran con mayor rapidez y los años pasen a una velocidad vertiginosa, un fenómeno que, por propia experiencia, les aseguro que va in crescendo a medida que las décadas se van esfumando a nuestras espaldas. Esta confianza de los jóvenes respecto a que pueden prescindir de los mayores, que la experiencia y los avances que les han dejado en herencia era algo que se les debía y que les ha llegado la hora de construir un mundo nuevo, prescindiendo de las enseñanzas de sus mayores; es lo que, en definitiva sustenta esta opinión de que, si hubiera menos viejos, la Seguridad Social de ahorraría muchos millones, habría menos pensionistas y en consecuencia para los que quedaran ( hasta que llegaran a viejos, naturalmente) dispondrían de más recursos para darse una vida regalada.
Probablemente la mayoría de ellos, al menos queremos pensar que es así fuera, si se hablara de sus propios familiares no opinarían lo mismo, pero esto no deja de que recordemos aquel experimento, creemos que ideado por unos profesores noruegos, que contrataron a personas para aplicar unos castigos, en forma de impulso eléctricos, a un sujeto al que se le encargaban diversos trabajos. En la primera ocasión el castigo se limitaba a una descarga de pocos voltios, 15, pero a medida que las faltas se reproducían los contratados debían aplicar impulsos de mayor voltaje hasta sobrepasar los 350 voltios e, incluso, llegó un momento en que se debía aplicar un voltaje de 450 voltios, que ya se consideraba capaz de matar a la víctima. Hubo un 60% que, sin embargo, se mostraron dispuestos a pulsar el botón para efectuar dicha descarga. Naturalmente los científicos que programaron el experimento habían contratado a un actor en el papel de la víctima y no existían, en realidad, ninguna clase de impulsos eléctricos ya que todo se reducía a los alaridos que el profesional profería para simular el dolor.
Lo cierto es que las residencias de ancianos se han convertido en los centros donde se viene registrando la mayor mortalidad. Se habla de 75 muertos en residencias, lo que nos indica la gravedad del caso ya que se está hablando de una mortalidad entre un 11 y un 14% muy superior a la que se registra en el resto de la población afectada por el contagio que, según los últimos datos son ya 17.100 infectados y 767 fallecidos. La Asociación de Personas Mayores ha enviado un comunicado: “Antes de esta crisis sanitaria ya habíamos llamado la atención sobre el inadecuado ratio cuidador/usuario en los centros residenciales de mayores” Pero ha sido el propio Defensor del Pacient quien envió a la fiscal General de Estado, Dolores Delgado, un escrito pidiendo “qué se investigue lo qué está pasando con las residencias de ancianos de las comunidades autónomas”, añadiendo “Los trabajadores de las residencias están asustados. Tienen miedo. No están protegidos. Se encuentran vendidos ante el brote del coronavirus. Ni les hacen tests ni les hacen caso. Todo está saturado”.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, por la cuenta que le trae (89 años) y por lo que supone para los millones de personas mayores con las que cuenta nuestra nación, queremos llamar la atención de las autoridades de que todos los españoles, jóvenes, maduros y viejos, tenemos los mismos derechos a estar protegidos contra la pandemia que estamos padeciendo y que, mientras no se cambie la Constitución y España siga siendo una parte de Europa, es evidente que cualquier opinión que pudiera avalar un trato discriminatorio de los ancianos respeto al resto de la población, evidentemente tendría la valoración jurídica de inconstitucional. Y aquí viene como anillo al dedo aquel proverbio latino: “Quod tibi fieri non vis, alteri ne feceris”, tradúzcalo el que quiera, que yo no estoy de humor.
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