Como todo el mundo sabe, hay un único vino en el mundo que pueda permitírselo todo. No se extrañen, ese vino es el champagne, el famoso espumoso francés considerado el vino más poderoso del mundo y que representa un patrimonio cultural indiscutible. No queda ningún lugar, por recóndito que sea, donde no se pueda beber una copa de champagne.
En 2013 se bebieron en el mundo 304.973.710 de botellas, según datos del CIVC. Mientras España ocupa la 9ª posición de consumo de champagne con 3.066.022 de botellas, de las cuales el 94,2 es champagne de Maisons (grandes casas), el 2,6% es champagne de vignerons (pequeños productores) y el 3,2% de cooperativas, números que nos aproximan al mercado en nuestro país.
Si usted es de los que pertenece al Club de los champagnes exclusivos, le gustará saber que las grandes Maisons de champagne, que atesoran varios siglos de historia, infatigables observadoras de la sociedad, han sabido ofrecer de manera constante lo que el consumidor de alto poder adquisitivo busca de este espumoso: calidad y exclusividad. Y para su tranquilidad, van a seguir diseñando Cuvées especiales en excepcionales ediciones de lujo, botellas emblemáticas con etiquetas extravagantes, durante los próximos siglos, sin ninguna duda. El mercado del champagne lleva más de tres siglos respondiendo con exactitud a lo que se esperaba de él, alineado siempre con la aristocracia ha utilizado un lenguaje que yo califico de preciso, persuasivo, contundente y arriesgado.
Pero el champagne en España se consume, básicamente, en la hostelería de alto nivel y, aunque las Maisons están muy bien posicionadas en todos los restaurantes alto standing del mundo, en ellos se valora cada vez más el champagne de vignerons, de mucha menor producción pero con sustanciales diferencias. Unido a la alta gastronomía, el champagne en nuestro país ha encontrado un lugar donde posicionar sus burbujas: un turismo de lujo, exigente y caprichoso, cuyas preferencias marquistas buscan nombres conocidos y reconocidos, en botellas que son el reflejo de las lujosas mansiones donde se produce. La tendencia en España está relacionada con este trío que teje el complejo entramado: Maisons, vignerons y cooperativas, en una lucha por marcar sus territorios. Las expectativas son muchas, todos quieren manejar el mercado y aunque la balanza todavía esté muy desequilibrada a favor de los primeros, van a pasar cosas en los próximos años.
Entender bien qué estamos bebiendo es complicado cuando se trata de champagne, puesto que es un vino que trabaja con un registro sensorial inabarcable. Son muchas las posibilidades a la hora de elegir uno de los champagnes de referencia, las llamadas Cuvées de Prestige. Estos espumosos representan el ‘clasicismo’ de los vinos, cada uno con su personalidad pero todos con una larga crianza en botella, que demuestra que la madurez es un valor importante. Se clasifican en Millésimé, cuando son de una añada concreta, o bien sin añada o non vintage cuando son el coupage o la mezcla de uvas y añadas. En España, los tipos de champagne que más acogida tienen son: el Brut sin añada, consumido en un 85%, un tipo de champagne que, por otra parte, es el que domina todos los mercados. En cuanto a las Cuvées de Prestige representan sólo un 4% de las importaciones y los Brut Millésimés constituyen menos del 1% del consumo.
Pero el turismo de lujo en nuestro país en realidad lo que busca es ‘beber champagne a la española’, porque España es sol y calidad de vida pero también algunos recónditos lugares de glamour. Y no es que ahora el champagne esté de moda, el champagne siempre ha estado de moda. Representa un capítulo privilegiado ante la perplejidad del resto de espumosos, demostrando que siempre ha tenido una posición distinguida y diría que hasta heroica en el panorama vitícola mundial. Quizá porque ha sabido establecerse como vino de minorías utilizando la simbología lifestyle, la identificación con un estilo de vida, permitiendo al bebedor obtener exclusividad y en cierta manera ‘convertirse en otro’.
|