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El ébola es la gripe española, no el SIDA

Cuando el contagio del SIDA se extendió, hubo categorías concretas de personas expuestas
Michael Rubin
jueves, 16 de octubre de 2014, 07:32 h (CET)
Thomas Frieden, el responsable de la red del Centro de Control de Enfermedades, equiparaba el contagio fulminante del ébola con la incidencia del SIDA durante la década de los 80. Aunque el contagio del SIDA asustaba a la sociedad sobre todo porque en aquella época se desconocía casi todo de una analogía mejor con el contagio del ébola sería la abominable epidemia de gripe de 1918.

Lo más tétrico de la gripe de 1918 era que no mataba sencillamente a los niños, los ancianos y los tullidos, sino también a quienes estaban sanos y se encontraban en lo mejor de la vida. En Estados Unidos, el 99% de las víctimas de la gripe tenían menos de 65 años, y la mitad entre 20 y 40 años.

Estar en la flor de la vida y gozar de buena salud no constituye ninguna barrera frente al ébola, y formar parte del ejército elevaría en la práctica la exposición: Cualquiera que haya estado de luminaria entre efectivos regulares estadounidenses y los de muchos países occidentales más es conocedor de la disciplina que tiene cada efectivo con el ejercicio y la rutina física. Destacados en bases de la infantería o a bordo de naves de la marina, con frecuencia se producen colas para utilizar las m‡quinas o el equipo de los gimnasios. Puede sonar estœpido, y por supuesto a nivel tétrico el Pentágono impondrá ordenanzas y regulaciones, pero al fin y al cabo es sudor.

Es una de las razones de que destacar efectivos estadounidenses en el corazón de la zona cero de contagios de ébola parezca innecesariamente arriesgado. Si el ébola se contagia a través de la exposición a los fluidos corporales, sudor incluido, entonces los efectivos terrestres, que sudan mucho en espacios pequeños, corren un riesgo especial, incluso si solamente un pu–ado de militares se topa con una víctima de ébola.

Una estrategia mucho mejor sería hacer uso de esos efectivos para proteger mejor las fronteras de América, así como los accesos portuarios. Funcionarios de Interior examinan al pasaje antes de embarcar en cualquier vuelo comercial con origen en Estados Unidos, pero un plan mejor tal vez sería dotarse al mismo tiempo de una frontera blindada con México y Canadá, con medidas de control sanitario obligatorias (aunque engorrosas) para cualquiera que embarque en un vuelo comercial con destino a Estados Unidos. En este extremo, los particulares que presenten cuadros febriles o que despierten sospechas de estar mintiendo al ser preguntados por su paradero y contactos previos revisten una amenaza mayor a la seguridad nacional norteamericana que las ancianitas y los bebés con envases de agua corriente.

Cuando el contagio del SIDA se extendió, hubo categorías concretas de personas expuestas: homosexuales que mantenían relaciones sin protección (y en la práctica, cualquiera que mantuviera relaciones sexuales sin protección); los que se habían sometido a transfusiones de sangre con partidas infectadas; y los procedentes de Haití, donde la enfermedad era ya epidemia. Los jóvenes y sanos que no realizaban prácticas de riesgo o quienes eran lo bastante afortunados para no precisar de transfusiones quedaban pr‡cticamente fuera de peligro. No fue el caso de la gripe española de 1918, y no es el caso del ébola, de mucho más fácil contagio. Es importante mostrar apoyo a África, pero el ejército estadounidense no debería de estar siempre a la vanguardia de las campañas de imagen pudiendo contribuir mucho más a la defensa norteamericana en otras regiones, y cuando los peligros de hacerlo superan con creces a los beneficios.

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