Todos los virus, y no solo el coronavirus es el título del escrito redactado por Miguel Pita, profesor e investigador de la Universidad Autónoma de Madrid. Si he de ser sincero no he entendido nada de lo que el profesor Pita dice sobre los virus. Sí que me ha interesado el título:<i>Todos los virus, y no solo el coronavirus</i>: “La existencia de estos seres que la mayoría de los expertos rechazan aceptar como <i>seres vivos</i>. La comunidad científica está interesada en los que no son “seres vivos” que producen patologías que hacen ir de cabeza a médicos, políticos, economistas y la sociedad en general, como lo hace el coronavirus hoy. Nos trastorna a todos.
El título del escrito de <b>Miguel Pita</b> señala que se tienen que tener en cuenta a todos los virus, no solamente el coronavirus, hoy de moda, por sus efectos devastadores. Quede claro que en mi escrito no me voy a referir a “estos seres” que la mayoría de los expertos rechaza considerarlos “seres vivos”. El virus al que me refiero no se le puede investigar en un laboratorio con la finalidad de fabricar una vacuna que proteja a las personas de la patología que los hace mortíferos.
El coronavirus, como los virus que le han precedido, en su momento adquirieron notoriedad por la mortalidad que ocasionaban. La muerte no solamente la producen estos “seres” que la mayoría de los expertos no considera que sean “seres vivos”, que se les llama virus. La muerte está presente en la cotidianidad. Los periódicos publican esquelas que anuncian la muerte. Los gobiernos contabilizan, para hacer estadísticas, las muertes por accidente de tránsito, laboral.
Las guerras dejan miles de miles de cadáveres desparramados por el suelo. Alguien ha dejado escrito que de cada generación no quedan supervivientes. Sea por virus o por otras causas, lo cierto es que la muerte es nuestra compañera de viaje. El causante de la muerte no puede ser analizado en el laboratorio para fabricar la vacuna que erradique el fantasma de la muerte. Los potentados a lo largo de la historia han intentado vencerla, sin conseguirlo. “Porque la paga del pecado es la muerte” (Romanos 6: 23), y, “ya que todos hemos pecado” (Romanos 3: 23), todos moriremos. El salmista se pregunta: “Qué hombre vivirá y no verá la muerte? ¿Librará su vida del poder del sepulcro? (Salmo 89: 48). La respuesta es NO.
El pueblo de Israel durante su peregrinaje por el desierto muestra su manera de ser: “Y habló el pueblo contra Dios y contra Moisés” (Números 21: 5). “Y el Señor envió entre el pueblo serpientes ardientes, que mordían al pueblo, y murió mucho pueblo de Israel” (v.6). Como sucedía siempre, cuando las coas les iban mal, a toda prisa a pedirle perdón a Dios. En su misericordia Él escuchaba su clamor y retiraba el azote punitivo. En este caso el Señor dijo a Moisés. “Hazte una serpiente ardiente (de bronce) y ponla sobre una asta, y cualquiera que fuese mordido y mire a ella, vivirá” (v.8). y así sucedió. El veneno de las serpientes se disipó y la mortalidad finalizó.
Este relato de las serpientes en el desierto llega al Nuevo Testamento y Jesús nos da la interpretación. El Señor conversa con un fariseo llamado Nicodemo. El tema de la conversación gira alrededor del nuevo nacimiento. El erudito fariseo ignora en qué consiste. Jesús le explica que no es un volver al vientre de la madre para volver a salir. Cristo le dice: “De cierto, de cierto te digo, el que no naciere del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 35). Algo tiene que suceder para que el hombre tenga acceso en el reino de Dios. El apóstol Pablo describe el proceso al escribir: “Pero esto os digo hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción” (1 Corintios 15: 50). Para tener acceso al reino de Dios es necesario que se participe de la resurrección de Cristo.
Volviendo a la conversación que Jesús mantuvo con Nicodemo, el Maestro le explica al erudito fariseo como puede hacerse morir el virus del pecado que es el causante de la muerte física y lo que es más importante de la espiritual: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre (Jesús) sea levantado, porque todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3: 14,15).
En el tiempo presente ningún cristiano consigue lo que tiene que ser. Aquí entra en acción la fe que es un regalo de Dios. El apóstol Pablo escribiendo a los cristianos de Corinto redacta: “Porque sabemos que nuestra morada terrestre, este tabernáculo se deshace, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna en los cielos. Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial, pues allí seremos hallados vestidos y no desnudos. Porque asimismo, los que estamos en este tabernáculo (el cuerpo) gemimos con angustia, porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida. Mas el que nos hizo para esto es Dios, que nos ha dado las arras del Espíritu. Así que vivimos confiados siempre, sabiendo que entretanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor porque por fe andamos, no por vista” (2 Corintios 5: 1-7). La fe del cristiano no es la fe del hombre natural que la deposita en cosas que hoy son y mañana se han desvanecido. El resultado es el desencanto, la frustración. La fe del cristiano está depositada en Jesús que como la serpiente de bronce fu levantada, así Él fue alzado en la cruz del Gólgota, muerto y resucitado, que es la garantía de que los que mueren en Cristo resucitarán gloriosos para vida eterna.
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