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¿Una campaña Clinton-Bush? ¿Otra vez?

¿Tan falto de recursos anda el votante estadounidense como para recurrir a los dos mismos apellidos en busca de presidentes?
Jeff Jacoby
jueves, 6 de noviembre de 2014, 08:24 h (CET)
GEORGE P. BUSH, el hijo del exgobernador de Florida Jeb Bush, decía en los informativos de ABC News el otro día que su padre concurrir‡ "casi seguro" a los comicios por la candidatura presidencial Republicana en 2016. El otro hijo del ex gobernador de Florida, Jeb Bush Jr., declaró al New York Times que el clan político de los Bush y sus aliados clave "se están movilizando" con vistas a una apuesta por la Casa Blanca de otro miembro m‡s del distinguido apellido político.

En el bando Demócrata, mientras tanto, el sœper comité de acción política "Ready for Hillary" gasta 23.000 dólares diarios, más de 2 millones al trimestre, en construir la infraestructura de lo que se espera sea la segunda campaña presidencial de la antigua secretario de estado. Aunque Clinton no se ha pronunciado candidata abiertamente, entre los Demócratas se la considera el candidato por defecto en 2016.

Hay casi 80 millones de familias en Estados Unidos, segœn la Oficina del Censo. ¿Tan falto de recursos anda el votante estadounidense como para recurrir a los dos mismos apellidos en busca de presidentes?

La Casa Blanca ha tenido por inquilino a un Bush o un Clinton durante 20 de los 26 œltimos años. Una doble legislatura de una administración Hillary Clinton o Jeb Bush podría elevar ese cómputo a 28 de los 36 œltimos años. En cada elección presidencial celebrada entre 1980 y 2004, había un Bush o un Clinton en la lista nacional. Barack Obama interrumpió esas series en 2008 - pero sólo de manera temporal, se conoce.

"Cuando el matrimonio Clinton perdió frente a Obama, simplemente convirtieron la presidencia de Obama en su pista de aterrizaje", escrib’a en marzo la columnista Maureen Dowd. El paso de la Clinton por el Departamento de Estado puede no haberse distinguido por sus logros diplomáticos, pero como vehículo de creación de animadas especulaciones Hillary-2016, fue idóneo. En cuanto a los Bush, ni siquiera la matriarca del clan ha podido impedir al parecer que la maquinaria caliente motores con vistas a otra campaña. La ex primera dama Bárbara Bush arrojó el año pasado un jarro de agua fría sobre una potencial candidatura Jeb. "Hay por ahí muchos otros muy cualificados", dijo, añadiendo tajante: "Ya basta de Bush".

Los estadounidenses afirman rechazar que las dinastías pol’ticas dominen la política nacional. En un sondeo llevado a cabo en abril, el 69% de los encuestados convienen con que los aspirantes presidenciales no deberían de proceder de dos o tres familias solamente. Pero es muy fácil rendir pleitesía verbal al egalitario ideal que dice que Presidente puede ser cualquiera y por el que América siempre se ha gustado. La prueba del marasmo electoral es la votación, y el resultado de la œltima generación habla por sí mismo: Un Bush presidente 41, un Clinton el 42, un Bush el 43. Ahora, mientras ambos linajes toman posiciones con vistas a hacerse con la 45, miles de activistas, organizadores de actos electorales, mecenas y recaudadores de fondos se disponen a subirse al carro.

"Mientras se celebren elecciones, la gente votar‡ a candidatos cuyos apellidos reconozcan", escribe el periodista y biógrafo estadounidense Richard Brookhiser en su obra La primera dinastía de América, su recorrido por cuatro generaciones de la familia Adams. "Es el tributo a la aristocracia que rinde la democracia".

Un apellido político claramente vale mucho, o las formaciones no estarían de lo contrario tan impacientes por elegir candidatos a los hijos o los cónyuges o los primos de los políticos de renombre. Un surtido de candidatos que se postulan este año explotan su apellido. Entre ellos: El aspirante a la gobernación de Georgia Jason Carter, el nieto del Presidente Jimmy Carter; el ya mencionado George P. Bush, que concurre a la comisión territorial de Texas; y Debbie Dingell, que espera hacerse con el esca–o por Michigan en la Cámara ocupado por su marido desde 1955.

La ventaja que puede acarrear una herencia familiar así no tiene misterio - innumerables contactos, una red de incondicionales vigente, fama, acceso a círculos políticos, empezar la curva electoral con un empujón. Lo que desconcierta - lo que me desconcierta, de todas maneras - es el motivo de que atraiga a los votantes.

A mí no se me ocurriría votar a un candidato sin otra razón que la genealogía. El tufo a nepotismo y privilegio me repelería. La insinuación de que el apellido de un candidato es una licencia para ocupar un cargo pœblico es antidemocrática y oligárquica, y no tendría que suponer diferencia fuera ese apellido Bush, Clinton o Kennedy - o Adams.

"Puede suceder que ciertas familias tengan nociones de compromiso ajeno o incluso predisposición a desear entrar en política", decía Hillary Clinton a la revista alemana Spiegel en julio. A lo mejor, pero yo estoy muy seguro de que el anhelo de poder político no se limita a familias elitistas en las que poder confiar a la hora de dar uso inteligente a ese poder. Si los estadounidenses desearan estar gobernados por una nobleza consuetudinaria, se habrían ahorrado muchos problemas en 1776.

B‡rbara Bush tenía razón. Ya hemos tenido candidatos Bush a presidente para aburrir. También Clintons m‡s que de sobra. Dinast’a estuvo bien como telenovela. Su sitio no es la Casa Blanca.

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