Hoy me siento un “Don Tancredo”. Me encuentro en medio de la vorágine surgida de la pandemia y con las mismas carencias que aquel desgraciado personaje. Tengo miedo a la calle y a sus ocupantes. El “bicho” anda suelto y transportado por una serie de cafres que se han vuelto a adueñar de los espacios libres.
Los pertenecientes al “segmento de plata”, aunque de momento nos consideramos del “segmento de bronce”, estamos a merced de lo que los “expertos de turno” decidan hacer con nosotros. Lo dicen con medias tintas y, a veces con “tintas enteras”: no vale la pena tratarnos en caso de pescar el bicho. Como los antiguos ancianos pertenecientes a la civilización esquimal, se nos deja morir solos, en un rincón y sin derecho a funeral.
Ya se nos ha olvidado el papel que los jubilados representamos en la anterior crisis económica. Los mayores mantuvieron a su familia, la apoyaron con su esfuerzo y sus ahorros y consiguieron equilibrar una maltrecha economía.
Ahora no sucede lo mismo. El CIS acaba de descubrir que la economía está más boyante que hace dos meses. Las colas de los servicios sociales son una invención de los “reventadores”. La seguridad social se va a equilibrar con el montón de bajas de jubilados producidas en el último trimestre. Todo un logro.
Los jóvenes han descubierto que a ellos no les pasa nada. ¿Para qué ponerse mascarillas ni guardar distancia de seguridad? El mundo es de ellos y si el “bicho” vuelve a atacar… a ellos le importa un pito. No hay más que ver las imágenes de la playa de Pedregalejo y sus aledaños ayer.
Los políticos siguen alimentando la confusión con tal de salvar su escaño y su sueldecito. Los mayores, con caras de payaso, haciendo de Don Tancredo en medio del coso de la vida. ¿Qué les importa si nos coge el toro? Es cuestión de estadísticas. Mil muertos más o menos es lo mismo.
Los mayores seguiremos siendo sumisos, callados, obedientes. Iremos al médico cuando nos lo manden. O no iremos., si nos lo piden. Nos recetarán paracetamol y mucho agua por teléfono. Siempre será igual. Al final todos somos esquimales. Ancianos esquimales haciendo de Don Tancredo –con mascarilla, que hoy toca- en el ruedo de la vida.
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