La muerte de una personas, sea blanca o negra, siempre es algo reprobable y, si el fallecimiento ocurre en unas circunstancias tan brutales como fue el caso de este joven negro, Jeorg Lloyd, la indignación popular responde con la expresión masiva de lo que es un descontento ante la injustica de una muerte innecesaria y con atisbos de racismo.
Hasta aquí comprensible y, evidentemente justificado y justificable. Sin embargo como sucede en todos los acontecimientos que tienen lugar en cualquier nación, siempre existe un principio de proporcionalidad, una medida razonable de acción y reacción que distingue entre lo lógico y comprensible y aquello que excede de lo que se puede entender como moderado, prudente y sensato.
Cuando la reacción virulenta de una comunidad ante un suceso lamentable, sobrepasa los límites del sentido común, adquiere características revolucionarias, tipología de motín contra los gobernantes, indicios de intento de golpe de Estado; entonces, señores, hay que empezar a preocuparse y, mucho más cuando en muchas otras naciones, ajenas por completo a aquella en la que ocurrió el luctuoso suceso, en las que, curiosamente, nunca se han producido reacciones similares ante sucesos tan dramáticos como los de la Cuba de los Castro o la Venezuela de este sátrapa totalitario, el señor Nicolás Maduro.
El dictador venezolano que siempre se ha mostrado insensible ante la miseria de su pueblo, un personaje subido de la nada que se ha convertido en el padrino de todos los rebrotes comunistas que, recientemente, van teniendo lugar en naciones que parecía que ya habían renunciado para siempre a este tipo de veleidades retrógradas, entre ellas nuestra España que, desgraciadamente, parece que va a ser la avanzadilla de la revolución comunista exportada de la América latina, cuyo gobierno de comunistas y socialistas parece estar dispuesto a facilitar que se implante un nuevo Frente Popular en la vieja Europa. Grupos de progresistas que se comportan como cómplices, no de la simple protesta por solidarizarse por el hecho de haberse producido un suceso desgraciado y luctuoso, completamente reprobable; sino por la forma exagerada, desproporcionada y evidentemente cargada de un componente político de tipo propagandístico, propio de la extrema izquierda, con la que vienen actuando, con la finalidad no sólo de reclamar contra un hecho aislado, por grave que fuere, sino con la evidente intención de ir en contra de un régimen político determinado y, en el caso de los EE.UU de América, con el propósito declarado de acabar con un personaje, al que se le identifica como el líder mundial de la derecha y del mal, el señor Trump, sobre el que los demócratas han venido descargando todo su resentimiento por la derrota que sufrieron en las urnas ante él, debido a que han sido incapaces de digerir, acompañados en este caso de las izquierdas de todo el resto del mundo y, con especial virulencia, la española que, sistemáticamente, no paran de buscarle defectos y de achacarle todo lo que de malo sucede en la república americana, incluso en aquellos aspectos en los que no se le pueden achacar la responsabilidad a su presidencia, como es el caso de la epidemia del coronavirus que ha venido arrasando medio mundo.
Una pandemia que, si tenemos en cuenta las distintas modalidades con la que ha sido afrontada en cada nación en la que el coronavirus ha estado presente y los distintos modelos con la que ha sido combatida, con variada fortuna, lo que ha sido el tratamiento que, cada país, le ha ido dando a la pandemia, con variada fortuna, dicho de paso, con la particularidad de que ningún responsable de la lucha contra el Covid 19 podría atreverse, como se dice en los Evangelios, a tirar la primera piedra contra los demás y, ya no hablemos del el caso de España, cuyo Gobierno se ha hecho responsable, aunque paladinamente lo niegue, del reproche de la mayoría de organismos sanitarios europeos, por su retraso en tomar conciencia de la gravedad de la epidemia y por haber permitido, sabiendo el peligro que entrañaba para los españoles, que se celebraran actos públicos multitudinarios, con el gran peligro de contagio que suponía para los asistentes y sus familias el que, tales reuniones masivas, tuvieran lugar debido a la dificultad de que se mantuvieran las distancias de seguridad sanitaria entre todos los asistentes a los actos.
No olvidemos que, en la propia España, se han puesto en marcha campañas contra la policía y la Guardia Civil. Especialmente organizadas por los partidos de izquierdas de modo que, si fuera por ellos, no existiría policía alguna que se encargara de mantener el orden público. Tampoco tenemos que ser tan cándidos que, conociendo la historia de los EE.UU y sus antecedentes de la guerra civil entre el Norte y el Sur, vayamos a pensar que todos los ciudadanos negros son un ejemplo en su comportamiento con los blancos, ni que existan una serie de mafias integradas por grupos levantiscos de negros que tienen por objeto provocar a la policía para crear ambientes enrarecidos, como el que en estos momentos se está produciendo en la república norteamericana. Puede que, como sucede en todas partes, las provocaciones consigan acabar con la paciencia de los cuerpos de seguridad, pero no olvidemos que los comunistas y los defensores de los derechos de los negros, en la mayoría de los casos formando un solo grupo activista, lo que desean es precisamente hacerse con el poder en las calles, organizar algaradas y actos de vandalismo que requieran que la policía tenga que actuar y, en tales casos, es muy difícil pedir a grupos, siempre minoritarios, de fuerzas del orden que se limiten a contener a muchedumbres, solamente pidiéndoles cortésmente a los alborotadores que se retiren por las buenas o que les dejen de tirar cocteles molotov o mobiliario urbano para hacerlos retroceder, con una amable sonrisa en sus rostros.
El último caso que, recientemente, ha tenido lugar en los EE.UU para ayudar a mantener la tensión en las calles, ha sido un buen ejemplo de lo que significa una provocación. Un sujeto beodo dentro de un coche desoye las órdenes de la policía y, no solamente se abalanza sobre el agente que intenta reducirlo, sino que le arrebata la pistola Táser o la similar que se use por la policía norteamericana, e intenta utilizarla contra el agente que prueba de reducirlo. ¿Era necesario que la victima de este suceso se comportase como un energúmeno, cuando la policía le ordenó salir del coche o forma parte de unas instrucciones que han recibido de poner todas las trabas posibles a la actuación de la policía? ¿Sabemos las palabras que aquella persona, evidentemente fuera de sí, les dirigió a los agentes? ¿Por qué arrebatar la pistola eléctrica al policía? Finalmente la víctima echó a correr, intentando huir desoyendo las repetidas órdenes de los agentes de que se detuviera. Bueno, el resultado fue que, finalmente, uno de los policías disparó y el sujeto que intentó escapar fue abatido. Un hecho desgraciado, pero nos preguntamos ¿cómo deben actuar las fuerzas del orden ante quienes se resisten a obedecer y oponen una rebeldía a ser reducidos, utilizando incluso el arma defensiva arrebatada a los policías?
La reacción inmediata de los políticos, ha sido despedir al policía e iniciar un expediente para depurar responsabilidades. Nos preguntamos lo que pensarían, algunos de estos señores que se muestran tan críticos con la fuerzas del orden si, como sucedió en Cataluña cuando se produjeron las algaradas del 1.O y aquellos policías y Guardias Civiles que, actuando en cumplimiento de su deber, fueron acosados, insultados, humillados y aguantando el tipo cuando se les orinaron encima, mientras eran ferozmente agredidos con objetos contundentes y cócteles molotov, por una multitud de fanáticos independentistas enloquecidos que gritaban como posesos en contra de España y de los defensores de la Ley si, a estos sujetos que pedían la independencia de Cataluña, que pedían la retirada de las fuerzas del orden y que se habían apoderado de las calles, haciendo destrozos en todos los lugares en los que se personaron como verdaderos bárbaros, los mandos de las fuerzas del orden les hubieran hecho retirar y hubieran permitido que los vándalos se hicieran dueños de la situación, dándoles vía libre a sus actos de brutalidad y desorden.
No dejemos de denunciar que, los medios que tienen, tanto estos partidos minoritarios como los separatistas catalanes y vascos, para mantener el ascua de la revolución proletaria viva, cuando no consiguen que los votos de la democracia los instalen en el poder o los chanchullos de la política les permitan hacer alianzas frente populistas; siempre consisten en buscar la “legitimidad” en las algaras callejeras que, para ellos y sus procedimientos totalitarios, sustituye a las mayorías conseguidas en las urnas. Y así tenemos hechos tan curiosos y deleznables como tener a un vicepresidente del Gobierno, comunista que pide el cumplimiento de la legalidad, por supuesto “su legalidad”, desde su escaño en el Parlamento de la nación y, paralelamente, incita a sus huestes del partido comunista a que ocupen las calles para pedir que se atiendan sus demandas partidistas al propio Gobierno del que su líder forma parte.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, contemplamos como lo que nosotros pensábamos que sólo era un fenómeno anormal que se producía en nuestra patria y, en el fondo, teníamos en convencimiento que, desde el resto de la CE o desde los mismos Estados Unidos, se pondrían trabas a que España entrara en la órbita de este comunismo progre bolivariano, importado desde Venezuela, nos vemos obligados a reconocer que, el grave problema que nos afecta, empieza a estar compartido por otras naciones que nunca hubiéramos podido pensar que se encontrarían en dificultades a causa de unas izquierdas, en este caso, movidas por su antirracismo mientras en España, en gran parte motivado por la entrada masiva de inmigrantes del tercer mundo, las izquierdas han encontrado una verdadera mina de votos que, si seguimos por este camino de aceptar a cualquiera que pise suelo español, es evidente que los gobierno progresistas, una verdadera lacra para la nación española, se van a eternizar en el poder. Y un solo comentario, rememorando al gran Cicerón: O tempora! O mores!
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