Nos preguntamos poco por los nombres de las cosas. El día 14 de marzo, justo cuando nos preparábamos a entrar en un túnel del que al parecer hemos salido hoy (aunque eso no esté muy claro), se cumplían 90 años de una curiosa conversación entre el Bibliotecario mayor de Oxford y su nieta, Venetia. Él le comentaba a ella una noticia del diario The Times. Tras muchas décadas de búsqueda, acababa de descubrirse un nuevo planeta en el sistema solar, y los astrónomos americanos iban buscándole un nombre con resonancias mitológicas (como todos los demás). Incluso se admitían propuestas, Venetia tenía 10 años y le gustaba la antigüedad clásica. Le dijo a su abuelo que Plutón (el dios del inframundo) sonaba bien. A su abuelo le sonó mejor y se lo comentó a su amigo Helbert Turner, astrónomo amigo del grupo americano que había descubierto el planeta. La proposición llegó a Clyde Tombaugh, el joven y casi accidental descubridor. Le gustó sobre todo que sus dos primeras letras, PL, fueran las iniciales de su mentor Percival Lowell, el principal e infructuoso perseguidor del planeta, un científico tan brillante como gafe. El caso es que se votó la propuesta Plutón y ésta salió adelante.
Venetia Phair bautizó al mundo más buscado con solo 10 años de edad, y pudo llegar a ver con 87 como su planeta dejaba de ser considerado como tal, por tener una órbita demasiado excéntrica. Como si hoy estuviéramos todos bien de la cabeza.
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