Recuerdo haber leído con fascinación algún tiempo atrás un relato borgiano incluido entre las narraciones de “La Historia Universal de la Infamia”, donde rememora al proveedor de iniquidades Monk Eastman.
No me imaginaba cuanta realidad podría haber en la ficción cuando lo leía por primera vez, y que podría volver a leer ese relato sin imbuirme de la genial literatura del gran Jorge Luis Borges.
Bastó tener la oportunidad de vivir el relato desde los medios que se dio cuando, según los implicados, un carga de contrabando intentaba trasponer el río Paraná.
Según el relato de las presuntas autoridades, una embarcación de la marina paraguaya se lanzó al abordaje una nave de los supuestos contrabandistas, y en ese momento desde tierra abrieron fuego contra ellos.
El resultado fue la detención con inusual brutalidad, de más de treinta personas que se encontraban en las inmediaciones desde donde supuestamente se efectuaron los disparos, aunque ninguno se encontraba armado y había entre ellos menores de edad.
Los mismos jefes policiales indicaron que ignoraban si los aprehendidos en el procedimiento realmente se encontraban involucrados en los disparos, ninguno estaba armado y no se hicieron las pruebas pertinentes para determinarlo.
En el procedimiento, los detenidos por encontrarse en un lugar equivocado sufrieron heridas cortantes y traumatismos varios, debido a la necesidad de un chivo expiatorio para un enfrentamiento donde no se pudo identificar en forma contundente la participación de supuestos delincuentes.
Recuerdo que Borges, en su famosa narración sobre el pistolero Monk Eastman que la batalla de Rivington se inició por el tributo exigido por los pistoleros de Kelly al empresario de una casa de juego, compadre de Monk Eastman.
Uno de los pistoleros fue muerto y el tiroteo consiguiente creció a batalla de incontados revólveres.
Algo muy parecido parece entreverse en la batalla de Alto Paraná, pues solo se cuenta a un militar herido entre las víctimas.
Como en la batalla de Rivington, al parecer en más de una oportunidad intervino la policía y dos veces fue rechazada. Como había que hacer los arrestos de rutina, salieron sorteados los vecinos del lugar que al decir de la policía, “viven en una zona donde se hace todo tipo de contrabando”.
La descripción se asemeja bastante a la forma en que Borges se refiere al origen de las pandillas de New York, como imbuidas de la confusión y crueldad de las cosmogonías bárbaras.
Sobre el desarrollo de la balacera, leyendo las noticias me parecía ver entre líneas la narración de Borges que decía en un sustancioso fragmento que pelearon con fervor, parapetados por el hierro y la noche. Dos veces intervino la policía y dos la rechazaron. A la primer vislumbre del amanecer el combate murió, como si fuera obsceno o espectral. Debajo de los grandes arcos de ingeniería quedaron siete heridos de gravedad, cuatro cadáveres y una paloma muerta.
En nuestro caso, la batalla de Alto Paraná nos dejó un militar malherido, varias decenas de aprehendidos y mucho más preguntas que respuestas.
Este enfrenamiento probablemente se perderá en las brumas de lo anecdótico y para decirlo con palabras borgianas, estas deprimentes imágenes se esfumarán como fintas graduales y penosas cual juego de caretas, tras las cuales quedarán para siempre en el misterio los verdaderos nombres.
En mi caso, como simple espectador de los acontecimientos a través de los medios de comunicación, no me resta más que agradecer haber asistido a una nueva y fehaciente prueba de vivir en un país donde la ficción, la realidad y el surrealismo son como aquellas tres cabezas unidas a un solo cuerpo del guardián canino que custodiaba el ingreso al inframundo.
Y por supuesto, haber vuelto a sentir el placer de un relato borgiano, esta vez desde la misma realidad cotidiana de los noticieros. LAW
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