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Fanatismo yihadista

José Manuel López García
sábado, 10 de enero de 2015, 09:51 h (CET)
Ante estos tres días terribles por causa de la acción terrorista contra el semanario Charlie Hebdo es verdad que la libertad de expresión es un derecho universal. Indudablemente, estos dibujantes no merecían, de ninguna manera, ser asesinados por la elaboración de caricaturas.

Y no se debe caer en la islamofobia, en la que parece que ya están instalados algunos grupos de personas en Alemania. Al contrario, la población islámica merece todo el respeto y la consideración, porque la inmensa mayoría son pacíficos y tolerantes.

Incluso la religión musulmana interpretada a la altura de nuestro tiempo, y no de un modo radical impulsa la paz y el entendimiento entre las personas.

Lo que no debe surgir es el enfrentamiento o la venganza por parte de determinados colectivos en relación las muertes causadas por estos fanáticos yihadistas. Porque, entre otras cosas, esto retroalimenta la espiral de violencia que puede llegar a alcanzar niveles mayores. En ciertas zonas de París estos días se ha alcanzado un nivel de alarma y preocupación muy considerable, y puede incrementarse, si no se ponen más medios policiales y de investigación para neutralizar las potenciales amenazas.

Si bien es cierto que en Estados Unidos han adoptado ya hace tiempo, una política general de no provocación, y no admiten ridiculizaciones o sátiras excesivas de Alá o del Islam, esto no significa que estén libres de ataques terroristas sangrientos.

Estos últimos años no se ha atendido suficientemente a la inestabilidad causada por el Estado Islámico y por Al Quaeda. Se pensó que con la muerte de Osama Bin Laden se había descabezado, y puesto entre paréntesis esta especie de guerra santa protagonizada por estas dos organizaciones. Creo que se ha infravalorado la potencia y la fuerza de ambas. Porque el fanatismo de los lobos solitarios, y de los yihadistas es muy difícil de neutralizar, y si aumenta su número pueden producir una sensación de pánico generalizado, precisamente, por el efecto sorpresa de sus acciones asesinas.

Considero que habría que fortalecer los lazos que nos unen a los países del norte de África, y de modo amplio con otros estados como Indonesia, Filipinas, Argelia, Egipto, etc., para contrarrestar el riesgo de un radicalismo yihadista violento que socave la paz y la hermandad entre la población islámica, y la que no lo es. El cristianismo y el Islam son religiones monoteístas, creen en un único Dios.

En este sentido, la multiplicación del odio, el fanatismo y la venganza es lo peor que puede pasar en el mundo occidental, porque provocaría una especie de situación de guerra intestina en el interior de cada país europeo, que conduciría al desastre social y económico. Creo que esto no va a suceder, pero es necesario desde ahora mismo reforzar los mecanismos políticos de ayuda económica a los países musulmanes que así lo requieran respetando su cultura. La pobreza y la ignorancia son los caldos de cultivo de la intolerancia, el fundamentalismo intransigente, y de todo tipo de fanatismos.

Una de las claves, a mi juicio, está en educar a los niños y a los adolescentes y jóvenes en los valores de la libertad de expresión y de pensamiento, en los países musulmanes para evitar la influencia de la deriva autoritaria del yihadismo, y su proselitismo en sus diversas corrientes.

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