Ante estos tres días terribles por causa de la acción terrorista contra
el semanario Charlie Hebdo es verdad que la libertad de expresión es
un derecho universal. Indudablemente, estos dibujantes no merecían,
de ninguna manera, ser asesinados por la elaboración de caricaturas.
Y no se debe caer en la islamofobia, en la que parece que ya están
instalados algunos grupos de personas en Alemania. Al contrario, la
población islámica merece todo el respeto y la consideración, porque la
inmensa mayoría son pacíficos y tolerantes.
Incluso la religión musulmana interpretada a la altura de nuestro
tiempo, y no de un modo radical impulsa la paz y el entendimiento
entre las personas.
Lo que no debe surgir es el enfrentamiento o la venganza por parte
de determinados colectivos en relación las muertes causadas por estos
fanáticos yihadistas. Porque, entre otras cosas, esto retroalimenta la
espiral de violencia que puede llegar a alcanzar niveles mayores. En
ciertas zonas de París estos días se ha alcanzado un nivel de alarma
y preocupación muy considerable, y puede incrementarse, si no se
ponen más medios policiales y de investigación para neutralizar las
potenciales amenazas.
Si bien es cierto que en Estados Unidos han adoptado ya hace tiempo,
una política general de no provocación, y no admiten ridiculizaciones o
sátiras excesivas de Alá o del Islam, esto no significa que estén libres de
ataques terroristas sangrientos.
Estos últimos años no se ha atendido suficientemente a la inestabilidad
causada por el Estado Islámico y por Al Quaeda. Se pensó que con
la muerte de Osama Bin Laden se había descabezado, y puesto entre
paréntesis esta especie de guerra santa protagonizada por estas dos
organizaciones. Creo que se ha infravalorado la potencia y la fuerza de
ambas. Porque el fanatismo de los lobos solitarios, y de los yihadistas
es muy difícil de neutralizar, y si aumenta su número pueden producir
una sensación de pánico generalizado, precisamente, por el efecto
sorpresa de sus acciones asesinas.
Considero que habría que fortalecer los lazos que nos unen a los
países del norte de África, y de modo amplio con otros estados como
Indonesia, Filipinas, Argelia, Egipto, etc., para contrarrestar el riesgo
de un radicalismo yihadista violento que socave la paz y la hermandad
entre la población islámica, y la que no lo es. El cristianismo y el Islam
son religiones monoteístas, creen en un único Dios.
En este sentido, la multiplicación del odio, el fanatismo y la venganza
es lo peor que puede pasar en el mundo occidental, porque provocaría
una especie de situación de guerra intestina en el interior de cada país
europeo, que conduciría al desastre social y económico. Creo que esto
no va a suceder, pero es necesario desde ahora mismo reforzar los
mecanismos políticos de ayuda económica a los países musulmanes
que así lo requieran respetando su cultura. La pobreza y la ignorancia
son los caldos de cultivo de la intolerancia, el fundamentalismo
intransigente, y de todo tipo de fanatismos.
Una de las claves, a mi juicio, está en educar a los niños y a los
adolescentes y jóvenes en los valores de la libertad de expresión y de
pensamiento, en los países musulmanes para evitar la influencia de
la deriva autoritaria del yihadismo, y su proselitismo en sus diversas
corrientes.
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