Los españoles venimos padeciendo una calamidad que solo nos proporciona males y desventuras desde hace tiempo.
No, no me refiero a la epidemia que azota a la Humanidad desde un tiempo a esta parte. Esa, por mala ventura, la estamos padeciendo todos los habitantes de la Tierra, como una de las tantas epidemias que han azotado a los humanos a lo largo de la Historia. Ante ella solo nos queda poner en práctica todos los remedios que tengamos a nuestro alcance para evitar su contagio y rogar a Dios para que no caigamos bajo su segur.
Los españoles nos encontramos subyugados por una peste más dañina y perniciosa que la que causa el coronavirus.
Es la lúes de nuestros políticos. Estamos gobernados por una turba de desaprensivos que solo buscan su lucro y medro personal, y a los que les importa una higa el bienestar de los ciudadanos a los que tienen bajo su férula. El único propósito, fin y meta de sus aspiraciones es mantenerse en el poder, pese a quien pese, aunque para ello tengan que cometer las mayores bajezas e indignidades a las que se vean abocados.
A la cabeza de ellos se encuentra el nefando Pedro Sánchez cuya vida, acciones y manifestaciones está plagada de engaños y trampantojos. Se desdice más que se dice, rectifica sus aseveraciones antes de que estas calienten el sitio.
Nuestros mayores desconocían el ADN, pero en su sabiduría sí sabían lo que era la transmisión hereditaria y para ello empleaban una expresión que resumía el ser de las tendencias de una persona. Esta era “la masa de la sangre”. Decían que una persona era buena o perversa porque lo llevaba en la masa de la sangre.
Pues bien este Pedro Sánchez y sus adláteres llevan en la masa de la sangre la mentira, el engaño y la falacia.
Enumerar el rosario de embustes y enredos no tendría fin. Comenzando por su inmediata convocatoria de elecciones que prometió al ser elegido, continuando con el detestable plagio de su tesis doctoral y la inacabable serie de gatuperios a los que nos tiene acostumbrados.
Para el resto de las naciones España, mejor dicho la gestión de nuestros políticos en el manejo de la pandemia que padecemos, no ha podido ser más desastrosa. Hasta el populista Trump, cuya política no es un dechado de buena gobernación nos ha puesto como ejemplo de lo que es un desastre
Todo ha sido una pura engañifa desde que apareció, allá por el mes de enero, el fantasma de la epidemia.
Él, el primero y sus conmilitones detrás han estado a su misma altura en cuento a las tropelías.
Desde que las mascarillas no eran necesarias, más bien posiblemente dañinas, hasta imponerlas obligatoriamente, hemos recorrido un empedrado de engaños.
Desde la celebración de actos multitudinarios en los que los manifestantes marchaban juntos codo con codo, porque se hacía necesario satisfacer a la plebe, hasta imponer bajo multa la separación como mínimo de metro y medio entre las personas, también hemos padecido un poco.
La desgracia de todo esto es que, como es un embaucador por naturaleza, tiene de su lado a los palmeros que les ríen sus gracias, a los apesebrados que comen de su mano y a una enorme cantidad de atontolinados faltos de criterio que le seguirán hasta que nos despeñemos por el precipicio al que estamos abocados.
Hablar del desastre de la economía, de los millones de parados, de los comercios y empresas que han tenido que cerrar y del desastre que no vamos a poder evitar, son temas aparte, de los que posiblemente, en algún momento, nos encontraremos con ánimos para hablar.
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