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​La base de todos

​Al menos el 90 por ciento de las mercancías viajan por mar, así que el control de los principales cuellos de botella como Bab el-Mandeb es fundamental para una potencia
Augusto Manzanal Ciancaglini
martes, 22 de septiembre de 2020, 08:36 h (CET)

El estrecho de Bab el-Mandeb, entre el mar Rojo y el golfo de Adén, es un paso obligado en la conexión del océano Índico con el mar Mediterráneo, por lo cual es una de las zonas con mayor valor geoestratégico del mundo. Yibuti, un microestado de 23.000 kilómetros cuadrados y cerca de 900.000 habitantes, puede jactarse de situarse en este relevante cuello de botella por el que transita buena parte del comercio global.

Aprovechando esta ubicación, alberga varias bases militares extranjeras: Francia tiene una muy nutrida presencia en su excolonia, Japón luce una excepción, China se estrena, Estados Unidos es infaltable e Italia comparece. De esta forma, los soldados chinos y estadounidenses se apretujan y quedan separados por solo 10 kilómetros.

Al menos el 90 por ciento de las mercancías viajan por mar, así que el control de los principales cuellos de botella como Bab el-Mandeb es fundamental para una potencia: los clientes no paran (Arabia Saudita sería un próximo inquilino y Rusia lo intentó con menos suerte). Sin embargo, a pesar de su localización, este pequeño Estado africano aún no se puede comparar con Panamá o Singapur, sino más bien con su vecino Eritrea, país que mantiene bases de Israel e Irán. En realidad, Yibuti representa una torre de vigilancia marítima y una latente cabeza de playa hacia África.

Por lo tanto, hay un interesante doble aspecto para el análisis de la experiencia geopolítica que significa Yibuti: por un lado, las relaciones de los contingentes militares de potencias rivales tan cerca en un territorio muy reducido, y, por otro, como el comportamiento de un país, a priori insignificante, es determinado por estar en el lugar justo, en el momento indicado y con los invitados más importantes. En una región especial, la soberanía de Yibuti es tallada desde dentro por los intereses contrapuestos de sus huéspedes y desde fuera por el contraste con sus vecinos, esto es, la influencia de Etiopía, la competencia con Eritrea o la presión tanto del caos somalí como del yemení.

Yibuti, invadido por sí mismo, intenta salir de la pobreza a través de su papel de arrendador e incluso aspira a convertirse en una especie de “Singapur de África”, pero podría transformarse en otra cosa: los propósitos particulares acumulan tropas diferentes en un mismo espacio, un enorme poder neutralizado que brinda la oportunidad de desempeñar un papel diplomático inusitado.

Así pues, en el Cuerno de África un minúsculo e indigente centinela bifronte se alquila con la esperanza de volverse un acaudalado cancerbero enano. Entretanto, sus poderosos moradores se hacinan en el control de Bab el-Mandeb, de África y de sus coinquilinos.

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Existen hoy periodistas, si se les puede llamar así, que buscan la conformidad fácil reivindicando un ateísmo moderno y un antitradicionalismo de manual progre, y perdonen, pero no estoy de acuerdo. Es triste que basándose en tópicos y estereotipos que son minoría en muchos sentidos, se pierda el respeto a las tradiciones y a la cultura religiosa, que es mucha.

 
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