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El salto de Ángel

Francisco J. Caparrós
martes, 24 de febrero de 2015, 08:15 h (CET)
Lo mejor que se puede decir del catedrático Gabilondo, elegido recientemente como candidato a presidir la Comunidad de Madrid por la Comisión Federal de Listas del Partido Socialista, es que no parece un político. Al menos, no se comporta como tal. Escuchándole, hablando sosegado y sin despotricar contra sus adversarios sino destacando de cada uno aquello que más le cautiva, se deduce fácilmente porqué no está afiliado a ese partido ni a ningún otro.

Para político al uso o convencional no vale cualquiera. Cuando es necesario, hay que echar pestes contra todo aquel que ponga en un brete aquellas expectativas que a uno le tornan en un ser vulnerable. Lo hemos visto estos días, en especial con algunos aspirantes a candidatos, que en cuanto sus adversarios destacan en positivo por algo que no saben neutralizar de otra forma, lo normal para ellos es desacreditarlos en cuanto pueden.

Ignoro si el profesor Gabilondo podrá soportar la presión de tanto cernícalo sin escrúpulos como deambula en el mundo de la política. Si no se espabila y endurece su discurso, me da que va a darse un planchazo de aúpa. En dos meses largos, que son grosso modo el tiempo que falta para los comicios de mayo, no sé si tendrá suficiente tiempo para radicalizarse, al menos lo suficiente como para poder llegar a un espectro mucho más amplio de la población que el que abarca hasta ahora.

Coincido con su hermano Iñaki, también, en que hay que tener valor para hacer lo que ha hecho el filósofo. De las cenizas de un Psoe desgajado, está claro, no había Fénix de la que echar mano con garantías de renacer y hacer revivir a un partido seriamente herido. Eso lo sabía Pedro Sánchez, pero también la Comisión Federal que lo ha nombrado por abrumadora mayoría. Esperemos que por su bien, no se hayan equivocado.

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Es propio de estas fechas hacer balance del año. Pero, entreviendo conclusiones poco gratas, opto por emprender una cavilación breve y escrita sobre la noción, más genérica, de cambio o transformación, ese “leitmotiv” recurrente del progresismo contemporáneo cuando medimos cualquier mutación en términos de avance social.

Cuando las jerigonzas se extienden en los ambientes modernos, las habladurías altisonantes no pasan de generar unas algarabías sin sentido. Los hechos repercuten en cada ciudadano, sin guardar relación con lo que se dice. Se consolida una distorsión de graves consecuencias, lejos de ser una rareza, se generaliza en la práctica diaria.

Como la lluvia fina que parece que no, pero cala hasta los huesos: el mensaje es claro, quieren que acabemos pensando que “lo que nos viene encima es irremediable”, que los recortes que van a dar en el Estado del bienestar de aquellos que todavía tienen la suerte de tener una nómina, son absolutamente necesarios.

 
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