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Me preocupa sobremanera que el discurso peligrosamente misógino que esgrimen determinados responsables políticos para negar, no ya el incuestionable menoscabo que ha sufrido la mujer secularmente a lo largo de la Historia frente al hombre, sino que en la actualidad continúen padeciéndolo, cale como lluvia ácida en el pensamiento de los intelectualmente vulnerables. Es en ese caldo de cultivo, justamente, donde proliferan los sofismas.
No alcanzo a imaginar qué pueden enseñarle sobre sexualidad al abusador de un niño de apenas 8 años, que el pederasta no sepa ya más que de sobra. No soy psicólogo, pero sí capaz de elaborar un somero diagnóstico, de ahí que se me antoje como de flaco favor el que se le está prestando no ya al menor que padeció en carne propia tamañas iniquidades, sino a las potenciales victimas del desviado de marras a las que la justicia parece abandonar a su albur.
Por fortuna, las prisiones japonesas no se encuentran entre las más severas del mundo civilizado, aunque tampoco deben representar ninguna bicoca para quienes están condenados a cumplir en ellas sus condenas. Aun así, el número de ancianos residentes en aquel país que cometen fechorías lo suficientemente graves como para acabar hospedados entre rejas una larga temporada.
La Justicia es más lenta que ciega. Lo es, sobre todo, porque cualquier ciudadano sensato, sintiéndose mínimamente agraviado en su amor propio, acude instintivamente a ella. Ciega, también, al menos desde mi particular punto de vista, si bien este postremo epíteto no sea el adjetivo más adecuado con el que calificarla de iure.
Para la derecha más recalcitrante, Sánchez no es más que un advenedizo usurpador de tronos, un príncipe del averno que con habilidades propias de trilero se hizo con las riendas de este país un aciago día de infausto recuerdo, sumiéndonos en las tinieblas.
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