No alcanzo a imaginar qué pueden enseñarle sobre sexualidad al abusador de un niño de apenas 8 años, que el pederasta no sepa ya más que de sobra. No soy psicólogo, pero sí capaz de elaborar un somero diagnóstico, de ahí que se me antoje como de flaco favor el que se le está prestando no ya al menor que padeció en carne propia tamañas iniquidades, sino a las potenciales victimas del desviado de marras a las que la justicia parece abandonar a su albur.
Esa es la pena, si es que a eso se le puede llamar pena, que al final le ha sido impuesta por un juez de la Audiencia de Palma al sujeto que, entre los meses de octubre de 2016 y febrero de 2017, se aprovechó en reiteradas ocasiones del hijo de una conocida: la obligación de asistir a un curso de educación afectivo-sexual. Todo indica que, mención aparte de los cinco años de libertad vigilada por los que a cambio se le han condonado los veinticuatro meses de prisión que al principio recogía la sentencia, la decisión del juez parece dirigirse a intentar reconciliar al sujeto infractor con la sociedad agraviada; lo cual tampoco es que esté tan mal, aunque a mi juicio sólo con eso y poco más no se logrará más que maquillar el problema.
El agresor, de 26 años de edad, es hermano de una buena amiga de la madre de la víctima. De eso se sirvió el sujeto para aproximarse sibilinamente al chiquillo sin despertar sospecha alguna en sus allegados, y una vez camelado lo sometió a tocamientos. Y es que no es casualidad que un elevado porcentaje de los casos denunciados por abuso sexual a menores se produce en el hogar, ya sean protagonizados por personas que comparten lazos de consanguinidad con la víctima, o por quienes mantienen una buena amistad con el entorno familiar.
Salvo que esté en un error, cosa que por una parte francamente espero y que por otra fervientemente deseo, ninguna de estas medidas será capaz de frenar al sujeto de marras en su afán de reincidir: ni el curso de sexualidad, así como tampoco la indemnización ni la multa, medidas estas últimas impuestas a rebufo de la primera, se me antojan suficientemente disuasorias para una mente que –lo digo con la boca pequeña- tiene mucho más de enferma que de malhechora.
Alemania es precursora en ofrecer ayuda a los que sienten el deseo de abusar sexualmente de menores. Las autoridades del país teutón, hace ya tiempo que han comprendido que el tratamiento terapéutico del problema es mucho más efectivo que cualquier sanción, por severa que esta sea; si bien, la clave está en prevenir. Hace ya algunos años, se puso en funcionamiento en ese país un proyecto pionero que está dando muy buenos resultados. Porque no todo se soluciona coercitivamente. Existen formas de plantarle cara a la pederastia, y una de ellas es el proyecto alemán Campo Oscuro. Otros países, como Inglaterra, Suecia u Holanda, ya han empezado a moverse en ese sentido. Han comprendido que la prevención es primordial, y por eso el número de los casos que se contabilizaron en años anteriores contrastan con los de hoy en día.
Esperemos que nuestro país se ponga las pilas y deje cuanto antes de marear la perdiz, la fragilidad de nuestros menores está en juego.
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