Por fortuna, las prisiones japonesas no se encuentran entre las más severas del mundo civilizado, aunque tampoco deben representar ninguna bicoca para quienes están condenados a cumplir en ellas sus condenas. Aun así, el número de ancianos residentes en aquel país que cometen fechorías lo suficientemente graves como para acabar hospedados entre rejas una larga temporada, ha crecido de manera exponencial en estos últimos años. Por fortuna para esa sociedad, los delitos no alcanzan a ser considerados ciertamente graves, aunque al paso que van todo se andará. La soledad que les embarga fuera, y los limitados recursos de los que algunos de estos sujetos malamente disponen para poder llevar una vida mínimamente digna en su día a día, parece explicar según los sociólogos tamaño comportamiento.
El rotativo digital, del que he tomado el grueso de la información para poder redactar con cierto rigor este artículo, destacaba la noticia como si esta fuese una jodida broma nipona con la que poder hacer chanza sin esperar producir malestar en aquellos lectores que alcanzan a ver en ella bastante más que una curiosidad. Por fortuna, la mayoría de los tabloides que consulté posteriormente la trataban con algo más de circunspección, pero profundizando, eso es cierto, más en las consecuencias que en los antecedentes. Y como era de esperar, la televisión pública también se hizo eco, pero en contra de lo que pueda parecer su tratamiento se me antojó bastante serio.
Si la noticia es palmaria, algo de lo que no tenemos por qué albergar duda alguna, debería hacernos reflexionar acerca de lo que indefectiblemente hoy les aguarda a muchos de esos ancianos, y que en un futuro podría afectarnos a nosotros mismos. Es más, algunos de ellos, no sabría precisar si los menos desinhibidos o los más iracundos, tampoco se resignan a dejar este mundo sin el contacto de una mano amiga acompañándolos en ese delicado trámite.
No tendría nada de extraño que, más pronto que tarde, semejantes comportamientos se reprodujesen también en nuestro país, donde la pirámide poblacional no sólo no se ha estancado, sino que ha terminado por involucionar hasta el punto de contar en España con la población más anciana de Europa. Es más, caldo de cultivo hay de sobra. Y visto lo visto, es decir, que las administraciones públicas parecen mucho más interesadas en invertir el dinero de nuestros impuestos en la construcción y mantenimiento de nuevos centros penitenciarios que de residencias, poco más se puede añadir al respecto.
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