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Hacienda no somos todos

Ingeniería financiera en Las Dueñas
Francisco J. Caparrós
martes, 3 de febrero de 2015, 08:00 h (CET)
Interviú ha hecho públicos los datos de la declaración fiscal correspondiente al año 2012 realizada por la titular de la Casa de Alba, que fuese propietaria de uno de los patrimonios más espléndidos de este país, y las cifras que aparecen reflejadas en ellos hacen que no acabe de salir de mi asombro. En serio, nada me gustaría más que saber cómo lo hacía la señora duquesa para que las cuentas con Hacienda le resultasen tan propicias, pero soy consciente de que por mucho que se me explique nunca conseguiré entenderlo.

Porque lo cierto es que no es oro todo lo que reluce, ni trasparentes las cuentas que manejaba la matriarca sevillana. Si la revista de actualidad no ha desbarrado con su reportaje, haciendo bien los deberes de investigación periodística, Cayetana Fitz-James Stuart era poseedora en esa época de una suculenta cantidad radicada en una entidad financiera suiza, cuya existencia mantuvo a buen recaudo y alejada de miradas fiscalizadoras.

Mucho ha tardado, se me antoja, en salir a la luz ese presunto fraude monetario. Y curiosamente, lo ha hecho cuando la Duquesa de Alba ya no estaba con nosotros y los lodos de aquellos polvos ya no pueden salpicar, fiscalmente hablando, a nadie más que a su memoria; cosa que, por otra parte, no le tiene que molestar a ella como al parecer tampoco creo que importune a sus deudos.

Por el contrario, mucho más diligente se ha mostrado nuestro ministro de Hacienda en poner en duda las discutidas cuentas de Juan Carlos Monedero, el tercer hombre de Podemos, discutiéndole su legitimidad en un momento especialmente comprometido para la formación política a la que representa, en constante auge a poco menos de once meses de las Generales.

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Es propio de estas fechas hacer balance del año. Pero, entreviendo conclusiones poco gratas, opto por emprender una cavilación breve y escrita sobre la noción, más genérica, de cambio o transformación, ese “leitmotiv” recurrente del progresismo contemporáneo cuando medimos cualquier mutación en términos de avance social.

Cuando las jerigonzas se extienden en los ambientes modernos, las habladurías altisonantes no pasan de generar unas algarabías sin sentido. Los hechos repercuten en cada ciudadano, sin guardar relación con lo que se dice. Se consolida una distorsión de graves consecuencias, lejos de ser una rareza, se generaliza en la práctica diaria.

Como la lluvia fina que parece que no, pero cala hasta los huesos: el mensaje es claro, quieren que acabemos pensando que “lo que nos viene encima es irremediable”, que los recortes que van a dar en el Estado del bienestar de aquellos que todavía tienen la suerte de tener una nómina, son absolutamente necesarios.

 
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