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Almas de cántaro

Comulgando con ruedas de molino
Francisco J. Caparrós
miércoles, 7 de enero de 2015, 08:00 h (CET)
Conozco a gente a la que, aun costándole Dios y ayuda llegar a fin de mes con el modesto sueldo que, después de todo lo mal que nos encontramos, tiene la enorme fortuna de percibir en un país con alrededor del 25 por ciento de desempleados, se obstina en continuar apostando por la exención de impuestos a los más ricos como medida para tratar de dinamizar nuestra maltrecha economía. Por eso, disfrutando de semejante aquiescencia por parte del electorado, ¿quién es el estúpido que no aprovecha la oportunidad para legislar un sistema impositivo, que de todo tiene menos de progresivo?

Quien quiera que sea el sujeto que les haya metido esa idea tan descabellada en la cabeza, tiene que tratarse sin duda de un verdadero genio de la persuasión. Tamaño refrendo podría explicar, entre otras cosas, que quienes ahora nos gobiernan se hayan atrevido a mantener, o incluso a elevar, el gravamen del impuesto sobre el valor añadido de algunos artículos de primera necesidad como la Luz, el Gas, el Agua, las Comunicaciones o el Material Escolar. Eso, unido a todos los recortes en Sanidad, Educación y Servicios Sociales realizados hasta ahora, ha provocado que las desigualdades entre las diferentes clases sociales sean hoy mucho más pronunciadas que hace tres años.

A pesar de las buenas expectativas vislumbradas por el Presidente del Gobierno don Mariano Rajoy, del año que apenas acaba de comenzar, francamente, no espero gran cosa. Ojalá no fuese así porque de la tan ansiada por todos, recuperación económica de este país, no sólo depende mi futuro bienestar sino también el de mi familia, aunque está muy claro que por mucho que yo lo esté deseando no consigo despegar los pies del suelo.

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Es propio de estas fechas hacer balance del año. Pero, entreviendo conclusiones poco gratas, opto por emprender una cavilación breve y escrita sobre la noción, más genérica, de cambio o transformación, ese “leitmotiv” recurrente del progresismo contemporáneo cuando medimos cualquier mutación en términos de avance social.

Cuando las jerigonzas se extienden en los ambientes modernos, las habladurías altisonantes no pasan de generar unas algarabías sin sentido. Los hechos repercuten en cada ciudadano, sin guardar relación con lo que se dice. Se consolida una distorsión de graves consecuencias, lejos de ser una rareza, se generaliza en la práctica diaria.

Como la lluvia fina que parece que no, pero cala hasta los huesos: el mensaje es claro, quieren que acabemos pensando que “lo que nos viene encima es irremediable”, que los recortes que van a dar en el Estado del bienestar de aquellos que todavía tienen la suerte de tener una nómina, son absolutamente necesarios.

 
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