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Ranavalona I

Madagascar se tiñe de rojo sangre
Jesús Campos
domingo, 10 de mayo de 2015, 00:58 h (CET)
Ranavalona I (1782-1861), soberana de Madagascar durante un periodo de 33 años. Había eliminado a todos sus rivales en el camino hacia el trono. Como reina, imprimió el carácter necesario para mantener con vida su cultura; cultura malgache, esto suponía el cierre de la isla a todos los extranjeros, a todos los que no fueran nativos. Eso sí, la obsesión de la monarca era sencilla, la persecución y aniquilación de los cristianos asentados en su isla.


Su nombre real era Rabodoandrianampoinimerina, y sí, está bien escrito. Era alguien que consideraba el matar como un pasatiempo mas dentro de su rutina real. Es uno de los periodos más siniestros de la historia de la isla, en manos de una reina caprichosa con la muerte y con los propios reos, a quienes les castigaba con toda clase de ejecuciones posibles. Cada día imaginaba una nueva forma de castigar y matar, era su entretenimiento.

Es hija de la tribu Menabe, pertenecía a una familia ligada estrechamente a la realeza. Se casó con el rey Radama, el primer gran monarca de Madagascar, cuando tan solo era una niña. Una leyenda oscura enmarca la figura de esta mujer, la historia de la repentina muerte de su marido es un misterio sin resolver, se la involucra en tal accidente con la convicción de que fue ella quien lo envenenó para asentarse ella sola en el trono.

Sus primeros actos como reina absoluta fueron los de eliminar a buena parte de la familia de su marido, ya que eran considerados un obstáculo en su camino. La viuda negro ascendió al trono en 1828. Sus primeras medidas, en relación a la política exterior, fue romper todo tratado que el monarca anterior había firmado con varias potencias extranjeras, y expulsar de la isla todos los que no eran nativos. La situación se hizo especialmente difícil para los misioneros, sobre todo después de que ellos mismos lograron salvarla de una grave enfermedad sobre 1835. La leyenda que surgió en torno a Ranavalona asegura que logró escapar de la muerte gracias a un talismán mágico que guardaba en los más oscuro y profundo de palacio. Alejándonos de las leyendas, lo que sí es verídico es que, tras escapar de la muerte, inició una cruzada sin descanso contra los cristianos.

En un intento por erradicarlos de Madagascar, la reina, que podía movilizar un ejército de unos 20.000 hombres, realizó una persecución contra todos los que profesaban esa religión o declaraban que tenían una Biblia. Ranavalona ha demostrado un talento refinado e imaginativo para matar: algunos testimonios narran como tras capturar a sus prisioneros, los crucificaba, eso sí, vestidos con ropajes empapados en sangre de animal para que los animales salvajes los devoraran mientras agonizaban.

Otros eran atados en parejas y lanzados a la densa selva de Madagascar, y allí morían de hambre. Uno de sus métodos era poner al prisionero en un hoyo cavado en una elevación, cuando el reo estaba colocado en el fondo, los soldados se dedicaban a arrojar agua hirviendo, litros y litros. Con ello, el liquido subía poco a poco y el prisionero lentamente se iba quemando hasta morir.

“El momento en que la tierra era oscura y se comparaba con el infierno”, esta es la definición de algunos cristianos de la isla sobre esa etapa. Algunas estimaciones indican que alrededor de 150 mil podrían haber muerto durante los años de la represión ejercida por Ranavalona. A su vez, otros criminales no fueron tratados así, algunos tenían la posibilidad de probar su inocencia. Se les obligaba a beber veneno extraído de las plantas locales o a nadar en ríos infestados de cocodrilos, si resultaban ilesos se les consideraba inocentes.

Cómo no podía ser de otra manera, la isla se hundió en el aislamiento. En 1845, una misión anglo-francesa trató de detener las atrocidades, pero la reina (quien se veía como una diosa viviente) sospechaba que ocultaba una conspiración de la familia, por lo que expulsó a los europeos y continuó sus actividades. Las puertas de Madagascar no se abrirían hasta 1861, año de la muerte de la soberana.

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