Paul Klee nació en Münchenbuchsee (Suiza) el 18 de diciembre de 1879. Decidió estudiar pintura por lo que tuvo que desplazarse a Münich (Alemania) donde conoció a Kandisky o Marc. Poco a poco fue haciéndose con un nombre como artista.
En el verano de 1910 tuvo sus primeres exposiciones en Suiza, en el Museo de Arte de Berna o en el de Zürich. Expuso cincuenta y seis obras, entre acuarelas, vidrio, dibujos a pluma o lápiz, como relata en su diario (KLEE, FÉLIX (1987): DIARIOS: PAUL KLEE) de las que “esperaba vender alguna”.
En 1914 viajo por temas de estudio a Túnez, hecho que marcó la obra del pintor, ya que es donde aprende a construir el cuadro a partir del color. En 1920 fue nombrado maestro de la facultad de la Bauhaus en Weimar hasta 1930, este periodo contribuye a sistematizar su lenguaje pictórico y le permitió conocer a numerosos protagonistas de la vanguardia histórica europea. Durante esta época elaboró la Teoría de la forma y de la figuración, donde se incluía su concepción del arte como una recreación compleja y multiforme de la realidad. En 1931 se desplazó a Dusseldorf donde dio clases durante dos años hasta que su obra fue calificada por los nazis como “obra degenerada” o “arte judío”. En 1933 dejó la enseñanza y regresó a Berna motivado por la represión alemana. Murió en 1940 en una clínica de Locarno.
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Autorretrato, 1919.
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La obra de Klee es de difícil catalogación debido a la constante evolución e investigación de nuevos medios expresivos a partir de las líneas, el color, los jeroglíficos en búsqueda de un lenguaje pictórico propio. De ahí que su talento y originalidad le llevase a acercarse a las vanguardias, de forma tangencial, como consecuencia de los climas en los que se movió, el expresionismo alemán, la abstracción geométrica o el surrealismo.
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El jardín rosa.
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Il giardino del templo, 1920.
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En este sentido el artista proclamaba: “Cuanto más horrible el mundo, tanto más abstracto el arte, mientras que en un mundo feliz produce un arte de este mundo”. Por tanto, una manera de ir más allá de la (triste) realidad, crear un mundo aparente rompiendo con las formas existentes para elevar el fondo (la verdad, el significado) de todas las cosas. Una forma de emancipación del concepto histórico de la armonía y de la lógica representación de la realidad, una deconstrucción de los elementos reales para configurar con absoluta libertad algo distinto con la misma esencia. De esta forma las obras adquieren su propio camino, guiados por la percepción hacia una representación del mundo exterior hacia la expresión. Ya que las “obras de arte contienen al todo expresivamente” (JÓCANO, LUCRECIA) y sólo de esta forma son verdaderamente arte porque “lo propio de la obra de arte es proponer un multitud de identificaciones posibles del sentido de los signos, al mismo tiempo que nos quita los medios de decidir cuál son pertinentes”.
El problema surge cuando las obra de arte se convierten en producto y son mercantilizadas, de esta manera el universo simbólico se corrompe perdiendo interés por parte de los espectadores. Vacío de contenido. Pero ese ya es un campo de la filosofía del progreso y los modelos establecidos donde no debemos entrar. Simplemente disfrutar y reflexionar sobre arte.
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