Allá por junio de 2020, el Tribunal Supremo investigaba a Laura Borrás por delitos de fraude, malversación y falsedad documental, entre otros, durante el tiempo que estuvo al frente de la Institución de las Letras Catalanas. Según ella era “una persecución política”. Creía estar por encima del bien y del mal. Lo mismo que hoy hablan de represión, presos políticos y demás sandeces, entonces se defendían con la manida monserga de la “persecución”. Al latrocinio lo denominaban “pruebas inventadas”, al independentismo lo decían “derechos” y a la fuga de indocumentados y títeres del sectarismo lo calificaban como “exilio”. En pocas palabras: pretendían explicar la paranoia huyendo de la realidad.
Laura Borrás, “Percherón” del Congreso de los Diputados --como así era calificada por sus propios compañeros-- llegó a decir en la Comisión del Estatuto del Congreso de los Diputados que era “inocente”. Volvió a defenderse con eso de que “era una persecución del Tribunal Supremo”. La pollina se metió en el trigo y volvía a él cada vez que lo precisaba. Lo negó todo. Jamás admitió la culpabilidad que hoy es un hecho constatable.
La incauta Borrás y algunos de sus afines llegaron a atribuir las sospechas que pesaban sobre ella a informes “inventados” por la Guardia Civil, como si los ‘Ahumadas’ fueran inexpertos voluntarios o interinos de ocasión. Los niños pijos de Cataluña volvían a demostrar su odio a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, de los que tan sólo se salvan los Mossos porque se ponen mirando a Cuenca cada vez que reciben una orden contra España y sus instituciones.
Estaba tan convencida de su culpabilidad que llegó a pedir a sus compañeros y a otros grupos que votaran en contra del suplicatorio. Y para ello llegó a decir que “el Congreso degeneraría en un Congreso patriótico que antepondría la patria a la democracia”. Si alguien encuentra mayor estupidez, se la compro. Esta gente de “Juntos por el 3%” consideran indignante que los tribunales los pongan en el montón de la porquería que ya demuestran ser. No se hartan de hablar de “construcción ficticia de los hechos” y de “irregularidades procesales”. ¡Santo cielo, cuánto verraco mal nacido y cuánto percherón destructor!
Prevaricación, malversación, fraude y falsedad son algunas joyas de las que se acusa al “percherón” que hoy preside la Generalidad catalana. Puede ser la presidenta más efímera del Parlamento catalán. Sin duda es una de las caras más desprestigiadas y denostadas por la ciudadanía catalana, según todas las encuestas, junto con el ‘botifler’ y traidor a la patria, Rufián. Por cierto, cada vez que acude a una concentración le regalan los oídos con la palabreja que tanto le molesta.
Ignacio Garriga empezó esta semana a poner a Borrás frente a su corrupción, malversación, fraude y prevaricación. No ha mentido al llamar a Borrás lo que es: “sectaria e imputada”. La formación de “Juntos por el 3%” se ha puesto nerviosa; máxime, sabiendo que VOX suele atrapar a sus presas por el figurado cuello y no suelta la pieza --en este caso a la “bruja” -- hasta que ve resultados firmes y fiables.
Como imputada, carece de credibilidad y de fiabilidad. Ni siquiera fue capaz de intentar leer el código de conducta al portavoz de VOX. Laura Borrás ya es un zombi de la política y un espantajo en las instituciones. Ignacio Garriga no se ha cortado un pelo y, llamando a las cosas por su nombre, ha anunciado que no dejarán de impulsar la merecida reprobación de la presidenta del Parlamento catalán.
El Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC)ha asumido la causa abierta y Borrás puede tener los días contados. La prevaricación, el fraude a la administración, la malversación de fondos públicos y la reiterada falsedad documental ya son su cruz y serán su panteón político. Sin duda --y en palabras de un sector de militantes independentistas-- sectaria e imputada, la Presidencia está amarranada.
El alto tribunal catalán se ha declarado competente para juzgar la causa de Laura, ahora toca esperar hasta ver si demuestra leal competencia a la Constitución. Confiemos en que, ya que la paciencia es amarga, al menos que sus frutos sean dulces.
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