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La debilidad del "no"

Wifredo Espina
martes, 28 de julio de 2015, 07:43 h (CET)
En el creciente debate público entre el "si" y el "no" a la independencia de Catalunya, el discurso de los partidarios del "no" aparece como el más débil.

Por varios motivos. Porque no han logrado un argumentario poderoso y coherente, pese a tener razones de peso contundente; porque no han sabido exponerlo de forma convincente, limitándose a un simplista contrata taque legalista; porque se escudan en la contundencia más que en el razonamiento, y porque dan mucho juego mediático al adversario en lugar de ampliar el suyo.

¿Falta de inteligencia política? ¿Carencia de agilidad mental y estrategia? ¿Espíritu de superioridad, derivado de la ostentación secular del poder? ¿Retraimiento de la intelectualidad, por miedo a ser tildada de conservadurismo? ¿Incapacidad de entrar en el fondo del problema: legalidad democrática versus radicalidad democrática? ¿Infravaloración del sentimiento popular, y de sus reacciones, frente a una supuesta solidez estructural?

Las dos corrientes enfrentadas, responden de manera bastante diferente ante estos interrogantes. Los partidarios del "sí" a la independencia, con habilidad, astucia, convencimiento y valentía. Los del "no", con bastante torpeza, ingenuidad y retórica autosuficiencia. En ambos casos, hay carencia de silogismos limpios y sobran argucias y eufemismos.

Si a todo ello añadimos que la emotividad es más atractiva que el razonamiento, que las ancestrales reivindicaciones tienen más fuerza que las reclamaciones, que el ímpetu de los sentimientos suele imponerse, colectivamente -si hay liderazgo-, a los planteamientos equilibrados -más sin liderzgo- e incluso a la inercia del statu quo, no debe extrañar que la posición conservadora del "no" aparezca más débil que la del "sí", que es la que promete, ilusamente, el cielo en la tierra.

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En un mundo que presume de avances sociales, tecnológicos y morales, hay un virus antiguo que sigue latiendo bajo la superficie, “el egoísmo”. No se trata de una simple preferencia por uno mismo, sino de una actitud enquistada que se manifiesta, con demasiada frecuencia, en la avaricia y la indiferencia hacia quienes solo aspiran a algo tan básico como vivir con dignidad.

Muchos se interesan por mi opinión sobre el nuevo papa. Y yo que sé. Un montón de personas, alguno de mi familia, hablan de Robert Frances Prevost como si le conocieran de toda la vida. Ciertamente, estuvo en Málaga durante unos días en mi querido Colegio de los Olivos, lo hizo en función de su cargo dentro de la Orden agustiniana. Anecdóticamente, tengo un ahijado que comió con él en una ocasión. Pues muy bien.

Existen hoy periodistas, si se les puede llamar así, que buscan la conformidad fácil reivindicando un ateísmo moderno y un antitradicionalismo de manual progre, y perdonen, pero no estoy de acuerdo. Es triste que basándose en tópicos y estereotipos que son minoría en muchos sentidos, se pierda el respeto a las tradiciones y a la cultura religiosa, que es mucha.

 
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