«Orbis Tertius» (Apache Libros, 2021) es un libro obrado por el profesor y escritor Jorge de Barnola, y hago hincapié en ambos aspectos curriculares del interfecto porque una y otra facetas lucen rampantemente a lo largo de todo el mentado libro, dejándose entrever de manera ubicua en los prosísticos lineales que componen el volumen.
Es el que nos ocupa un libro henchido de guiños al literario acervo español y universal, pues se citan, entreveran e intertextualizan referencias, pasajes y personajes de lo más variopintos a lo largo y ancho de la trama. Asimismo, son puestos en liza los más diversos moldes de entre los que nos nutre la tradición, no en vano dicha novela no es una novela juvenil al uso: hay aventuras, hay ciencia ficción, hay metaficción, hay ensayismo, hay remozamiento de los clásicos, hay realismo costumbrista, hay fantasía, hay misterio, hay componentes de la literatura de viajes y de los tratados culinarios… hay, en definitiva, una apuesta muy arriesgada que el autor logra solventar de manera magistral, pues atraer a la contemporaneidad a determinados personajes de nuestro siglo XVI y aledaños exige redaños (valga la leonina rima), y De Barnola naturaliza el mucho artificio que osa conformar. Con sencillez y sutileza hace transcurrir por la sugerente trama a todo el entramado, «a priori», tan diverso y disperso, que él consigue amalgamar en un bien armonizado conjunto novelístico.
Otro aspecto que se antoja reseñable es la sutilmente profunda elaboración de los personajes, que comparecen llenos de matices hasta el punto de resultar al lector más cercanos de lo habitual. La voz narrativa, en los pasajes descriptivos, tiene la habilidad de acercárnoslos de manera inusual logrando hacernos casi entablar diálogo con cada uno de ellos; incluso con la tía Celeste, tía abuela del protagonista a la que De Barnola le otorga una serie de rasgos grotesquizadores, como se puede comprobar en el siguiente pasaje: «Si buscabas “avaricia” y “roñería” en el diccionario, la tía abuela Celeste se mostraba en un desplegable tridimensional. Las anécdotas sobre la más que merecida fama de Celeste se contaban por puñados. Si entraba en el baño de un restaurante, vaciaba el papel higiénico, si pedía café, se llevaba en el bolso diez azucarillos. Si alguien dejaba una propina para el camarero en el platillo de la cuenta, era girarse y ya se había hecho con las monedas. Con todo era así, y lo peor era que presumía de ello sin ningún remordimiento» (pp. 22-23).
El aspecto pedagógico está archipresente también. De contrabando, se nos introducen afinadas glosas de teoría de la literatura castellana. Numerosos datos histórico-literarios son insertados de la manera más consustancial en el transcurrir de los acontecimientos, pues son del todo pertinentes para otorgar contexto a los simpáticos y entretenidos lances que se van produciendo sin cesar.
Precisamente, uno de los más afinados y diestros ardides barnolescos atisbables en la obra que nos ocupa es la manera de armonizar los hilarantes choques anacrónicos suscitadores de lectora fruición; de ellos brotan los más simpáticos y encandiladores pasajes, así como un prodigioso compendio lexicológico (entre clasicista y neológico). En boca de Lázaro de Tormes son puestos los siguientes improperios en un momento dado: «—¿por qué mientes, maldiciente, cuesco de dátil, hediondo?» (p. 32). Sí, es Lázaro el que habla, pues él y algunos otros de los más célebres personajes residentes en nuestros más imperecederos clásicos, mira por donde, aparecen en la más inminente contemporaneidad, y gracias a los conocimientos aprehendidos en el instituto por los protagonistas, estos sabrán capear de alguna manera tan prodigiosa circunstancia, y es que hay también guiño unamuniano-pirandelliano en «Orbis Tertius», en cuanto a que una serie de personajes de ficción parecen adquirir humana corporeidad descolocando a quienes los presumían meramente circunscritos a las obras que los contienen. Esto apunta Hugo (el protagonista principal) con vívido lenguaje viéndose en uno de los innumerables bretes en que los acontencimientos desencadenados lo irán situando: «—¿Y qué quieres poner? ¿Le decimos así por las buenas que Lázaro de Tormes ha aparecido en Escalona y que ahora está jugando a la Xbox? Eso sí que parecería una pirada de olla» (p. 81).
Es, en definitiva, esta novela un rico epítome de ingredientes sabiamente condimentados y guisados por su autor, quien sin renegar del léxico más actualísimo («hikikomori, terabyte, gamers», etc.) juega con dicho léxico de modo semántico, como cuando pone en liza el componente polisémico que el transcurrir de los siglos ha otorgado al vocablo «cobertura», cosa que queda de manifiesto en la página 29 cuando la susodicha voz es entendida por Lázaro como «vestidura» y por Hugo como telemática conectividad. También el docente acude de cuando en cuando a «desfacer» entuertos, a solventar equívocos consagrados por la colectiva pereza, como cuando aprovecha que el personaje Toñín sea un empollón para hacer brotar de su boca la aclaración del mito de Don Juan, para que Hugo discerniese entre «El burlador de Sevilla» y «Don Juan Tenorio».
El lector que incursione en esta singular novela, construida con numerosos ingredientes del más variopinto tenor, no dejará de sorprenderse no pudiendo dejar de leer hasta el final, pues al cabo de cada episodio lo aguardarán sorpresas de lo más inesperadas, ya que este es un libro de libros: es muchos libros a la vez y remite a otros muchos.
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