En diez ocasiones he escrito las proezas de un español excepcional, llamado Rafael Nadal. La última fue con ocasión de la obtención en 2017 de su Grand Slam número 16 en el US OPEN de Nueva York. Hoy como ayer, a Nadal hay que analizarlo, sobre todo, como una persona sencilla, laboriosa y respetuosa con los demás, que no se jacta nunca de sus éxitos. Su nombre de guerra, Rafa, figura ya en muchos lugares como un deportista de los más grandes de la historia y es admirado por mucha gente por su modestia y por crecerse ante las adversidades. En 2013 le hice el soneto que reproduzco a continuación:
Temperamento, genio y corazón, músculo y mente fijos en el juego, cinco sentidos en arduo sosiego siempre al servicio de su vocación. Ninguna duda, ni claudicación, ninguna prisa, ni desasosiego, hacer buen tenis, su más firme apego y para el rival, consideración. Tiene calidad, arte y poderío, para España, afecto reverente, en la pista, primor y escalofrío. Sus dulces lágrimas son manso río, de una plegaria plena y trascendente que realza su enorme señorío.
Hoy 1 de febrero de 2022, tras su victoria de ayer, en la que obtuvo su Grand Slam número 21, le dedico mi segundo soneto, que dice así:
Redivivo de incómodas lesiones, y de un coronavirus traicionero, acabas de mostrar al mundo entero que sabes controlar tus emociones. Poco amigo de las adulaciones, con la fe de un valiente novillero, y la gran precisión de un relojero vas forjando con fe tus actuaciones. Tu último partido fue una gloria, de arte, sacrificio y resistencia que ha quedado por siempre en la memoria. Considerando esta gran victoria, y que tus poros fluyen con vehemencia mejorarás aún tu trayectoria.
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