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En diez ocasiones he escrito las proezas de un español excepcional, llamado Rafael Nadal. La última fue con ocasión de la obtención en 2017 de su Grand Slam número 16 en el US OPEN de Nueva York. Hoy como ayer, a Nadal hay que analizarlo, sobre todo, como una persona sencilla, laboriosa y respetuosa con los demás, que no se jacta nunca de sus éxitos. Su nombre de guerra, Rafa, figura ya en muchos lugares como un deportista de los más grandes de la historia.
Querido Rafa: No nos conocemos, soy un compatriota que como tantos millones de españoles y desde tu primer gran trofeo del Rolland Garros en París, hace ya diecisiete años, me he sentado ante el televisor para disfrutar de las horas de emoción, admiración y orgullo que has sabido transmitirnos en todos y cada uno de los grandes trofeos que has venido conquistando, hasta este último con el que has coronado tu gigantesca trayectoria humana y deportiva.
Sí, ¡gracias Rafael Nadal! Otra vez has vuelto a triunfar, pero no solo has sido tú, sino todos los españoles por haber elevado el nombre de España, con tu esfuerzo y trabajo a lo más alto que se puede llegar en el deporte del Tenis. ¡Nos sentimos orgullosos de ti!
Jesús Ferreiro, Presidente de la Fundación Titanic, una de las primeras personas en felicitar a Rafa Nadal por convertirse en el mejor tenista de la historia, le recordó que en el Open de Australia se ha cumplido la frase que presidía la gran escalinata del Titanic: “El honor y la gloria siempre por encima del tiempo".
Cuando considero la futilidad de la vida humana y me percato de la preponderancia, engolamiento y ¿por qué no, soberbia? con la que algunas personas se consideran más importantes, poderosas y superiores a los demás, no puedo menos que acordarme de las palabras con las que S. Juan Crisóstomo (Boca de oro; pico de oro, diríamos hoy), tomadas del Eclesiastés, comienza su homilía en defensa de Eutropio.
Aunque la balanza se inclina generalmente hacia la bondad de los seres humanos, lo que aseguro en el título de mi escrito de hoy es una realidad palpable. Las estadísticas bien hechas arrojan ese resultado para la mayoría de las profesiones. Hay muchos ejemplos que nos explican cómo médicos eminentísimos, ingenieros de fama y empresarios en buena posición, educadores y catequistas se van a los lugares más pobres del mundo a prestar sus servicios a los más necesitados.
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