El último y más reciente de los ladrones de guante blanco ha sido el llamado “caso Rato”. Fue Rodrigo Rato vicepresidente segundo del gobierno y ministro de Economía entre los años 1996 y 2004, durante el gobierno de José María Aznar. Ocupó el cargo de director gerente del Fondo Monetario Internacional... Y lo alzaron al gran reconocimiento público. Así las cosas, la gente de la calle se pregunta ahora: ¿intenta decirme que ese señor es el mismo que, a día de hoy, se halla sin pasaporte y que se duele de estar obligado a presentarse semanalmente en el juzgado, hasta que se resuelva su caso? Sinceramente, a mí no me inspira sino repulsión.
Y lo peor de todo es que no se trata de un caso aislado. Además, que en estos meses próximos a las elecciones generales, son propicios entre partidos para mover y remover numerosos asuntos de corrupción. Y un magnífico buen tiempo para pescar corruptos. Aunque quien hoy es ya corrupto, es que antes también lo era lo era, si bien ahora es un pez ya pescado, a la espera seguramente de un futuro sombrío. Inicuo y despreciable, qué pena; sin ni tan sola una idea para la solidaridad, y sí toda la inteligencia del mundo para robar dinero. Cuando las cartas vienen bien dadas y hay mucho de qué tirar, y hasta es posible que, al menos durante algún tiempo, tengamos corrupción y corrupción. Por lo que uno se debatirá entre el asco y el estupor, no comprendiendo del todo a tanta gentuza chupando la sangre del anémico.
La pura verdad es que la corrupción se halla instalada en muchas instituciones, y es ahora cuando, más que nunca, estamos asistiendo al cacareo de palabras como ‘robo’ ‘engaño’, ‘imputado´, ‘prevaricación’, ‘malversación’, etcétera. Por lo que es claro que en absoluto me estoy refiero a pequeñas cuantías de dinero sino a millones de euros. Y cuyos autores -¡qué casualidad!- son los hijos del poder político. O empresarios. O gente que incluso ya antes era algo rica. Y ¿por qué este afán por el dinero si ya les sobra? Ah. El ansia. El poder. La avaricia. La desmesura…
Ícaro, con alas de cera y plumas que el sol quemó, al fin murió un día, igual que todo el mundo. Por lo que es un sinsentido, sin duda, que muchos pretendan imitar a los pájaros, cuando ellos ya lo eran, aunque sin las tan preciadas alas.
Sí; muchos siglos después continúan apareciendo en la geografía de España, por no entrar en el mundo globalizado; individuos que viven con la sola intención de ser poderosos, más poderosos si cabe que el que más; y todo, por la avaricia de caminar pisando las cabezas del resto de los mortales. Aunque no con alas de cera, ni de plumas, pues ellos saben bien que se las quemaría el sol.
A personajillos chiquilicuatro, como estos, solo les mueve el desmesurado afán por la pasta. El brillo del dinero es todo su poder.
Y es que hay mucha mala gente a la que gusta caminar por las cabezas de los pobres, tras desvalijarlos de sus cuatro monedas de mala muerte, guardadas con siete nudos, lo escasamente para ir subsistiendo; sin importarles un bledo que un día cualquiera se los encuentre bajo un puente o, más grave y vergonzoso si cabe: muertos en una chata casucha abandonada. Pero eso no les importa.
Esa caterva de “hombres importantes” sin escrúpulos, carroñeros de exquisiteces, a años luz del humanismo solidario, se mueven sobre todo por entre la clase política y el mundo empresarial. Hasta que un mal día nos enteramos que son ladrones de guante blanco, gentuza a quienes las monedas les importa bien poco, saben que la calderilla no hace rico a nadie. Sus amigos son los “paraísos fiscales”, y dondequiera que olfatean la posibilidad de dar un aromático mordisco, ¡zas! Y ves cómo se frotan las manos, porque saben que se trata de un negocio relativamente cómodo y rentable. Edén donde se mueven como pez en el agua.
Nunca había yo conocido una plaga de ladrones tan numerosa como la vengo viendo desde hace tiempo. Sabemos que el fósil más antiguo que se conoce tiene 395 millones de años, y creo que en ese tiempo ya había algunos de aquellos de la misma calaña que los nuestros. Me refiero a los malversadores, al robo con mayúscula. A la oscura corrupción de la mordida, a los de los millones de euros. Y, absolutamente fuera de toda legalidad, claro. Solo que al final, con trajes de rayas acaban en la cárcel, barridos por la escoba del olvido.
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