No sé si lo recordarán. Fue en abril de 2002 cuando Joan Gaspart, por entonces presidente del Barcelona, dijo aquella famosa frase con la que se cubrió de gloria: “El día que deje de ser presidente me iré seis meses con los Boixos Nois”. Y de milagro no acertó. Al final ya ven donde ha terminado, en un grupo ultra, pero no en la grada, sino en los despachos: la Federación Española de Fútbol, reino de la irracionalidad y bandera de la injusticia y la toxicidad del fútbol español.
Aquél día Gaspart certificó el secreto peor guardado por los que mandan: los grupos ultras están en su mayoría protegidos por los presidentes. Ese grupo ultra que hace pocas semanas sembró el pánico en Montjuic con las mismas bengalas que un día mataron a un niño en Sarriá, estuvo protegido por el presidente del Barcelona todos aquellos años.
Ayer el presidente del Olympique de Marsella, club que tiene por costumbre celebrar los inicios de partido con una manifestación de bengalas, aseguró que él mismo vendría personalmente a buscar a Santos Mirasierra a la cárcel a España para liberarlo. Santos Mirasierra es el aficionado del Olympique que lanzó una silla a la cabeza de un policía español en el Atlético-Marsella de hace ya más de un mes, es decir, un asesino camuflado tras una bufanda azul y una camiseta de fútbol.
Pero Pape Diouf, que por ser presidente y negro no hay que tenerle más respeto que a los demás, lleva semanas sin hablar de otra cosa que no sea la liberación de este delincuente. Dentro de unos meses habrá reyertas en algún estadio de Francia y morirá algún inocente, como siempre, y este hombre saldrá a rechazar la violencia y a pedir el mayor castigo para el asesino. Una película que yo ya he visto varias veces y sin necesidad de ir al cine. Mientras, Platini, hace de padrino.
Muchas veces los señores de los trajes y las corbatas dan lecciones de moralidad a los aficionados, y se jactan de ser los primeros en luchar contra la violencia y el racismo, cuando en realidad en muchas más ocasiones de las que sale en la prensa, son ellos los que la generan con sus palabras y sus conductas. En el fútbol, como en muchos otros ámbitos de la vida, no siempre es el obrero el que genera la violencia aunque sea el que pague las consecuencias. A veces, la violencia nace más arriba, donde están sentados con sus maletines los señores intocables, los que nunca pagan aunque sean ellos los que se equivoquen.
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