Los españoles ya hemos votado y con nuestro sufragio hemos elegido nuestro destino. Un destino que no solo gravitará sobre nosotros los próximos cuatro años, sino que posiblemente marcará la senda por la que habremos de transitar mucho más allá del período legislativo, por las consecuencias que se deriven de lo que se haya podido o no hacer en ese tiempo.
Sé que hay criterios que pueden considerarse políticamente no correctos, pero no por ello dejan de ser menos ciertos.
Los seres humanos respondemos más fácilmente a las emociones que a la razón pura, porque somos impresionables, a veces frívolos, casi siempre sentimentales y en no pocas ocasiones, insuficientemente reflexivos.
Seguro que irreflexivamente habrá quien me argumente que el pueblo nunca se equivoca. Falso de toda falsedad. El pueblo podrá otorgar una mayoría absolutamente legítima a una tendencia política. Sin embargo, ello no quiere decir que no se equivoque. Recordemos que Hitler llegó al poder legítimamente mediante unas elecciones libres. Y ¿Cuáles fueron las terribles consecuencias de la elección que en su momento hizo el pueblo alemán?
Los españoles hemos votado como hemos votado y lo han hecho libremente según el criterio de cada uno. Durante la campaña electoral hemos escuchado promesas de toda índole y ello hace que me venga a la memoria un chascarrillo que hoy es aplicable a la mayoría de todos nosotros.
El cuento nos habla de un político muy destacado que fallece y va al cielo. Al verle, el guardián del paraíso, consulta en su lista y al ver que no figura en la misma, muestra su sorpresa pues nunca antes ninguno de los de su clase había llamado a las puertas de la Gloria.
No obstante y ante la insistencia del conocido gobernante de que el lugar que le habían asignado era la corte celestial, el guardián le propuso hacer un recorrido mostrándole lo que habría de ser su vida en el cielo y otro y otro igual que le permitiera contemplar lo que podría ser su futuro en el infierno, y una vez conocidas ambas posibilidades, que decidiera libremente.
Al político en cuestión le pareció justa la proposición y aceptó. Así que hizo su recorrido por la corte celestial, en la que encontró, paz, sosiego, armonía, hermandad y amor, muy lejos de las rivalidades, ambiciones, querellas y pendencias de la vida política terrena.
Finalizado su paseo por el cielo, bajó al infierno para hacer la comparación de ambas ofertas. Al entrar, el diablo le mostró una playa caribeña, en la que se le ofrecían todos los atractivos mundanales que cualquiera pudiera imaginar. Alegría, diversión, lujo, placeres de toda índole, y todo al alcance de la mano sin el menor esfuerzo.
— Solo tienes que desear una cosa —le decía el diablo— para que mis servidores te lo faciliten.
Pero por si todo esto no fuese por sí mismo lo suficientemente sugestivo y cautivador, allí estaban —como no— sus compañeros de correrías políticas pasándoselo en grande.
Terminado su placentero recorrido por el infierno, el político en cuestión volvió a entrevistarse con el guardián de la Gloria a quien manifestó que le había placido mucho su estancia en el cielo, pero que le parecía muchísimo mejor estar con sus compañeros de andanzas en la tierra, a los que se había encontrado en el infierno y que por tanto su decisión era estar con ellos.
El guardián del paraíso le condujo nuevamente a las puertas del infierno a donde salió a recibirle el diablo. Nada más traspasar la puerta, el político en cuestión se encontró con un paisaje que en nada se parecía al que había visto el día anterior. Todo el bienestar y opulencia que 24 horas antes le habían mostrado y ofrecido disfrutar, ahora era aridez, miseria, desdicha, desventura y desolación.
Perplejo y confundido el político se atrevió a decir:
— Pero… pero esto no es lo que me ofrecieron ayer…
Con una sonrisa socarrona y con no poca sorna, el diablo le respondió:
— Ayer… estábamos en campaña electoral. Hoy… tú ya has votado.
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