- Si queremos arrojar comida al arte, estaría bien documentarse primero por si el artista era celíaco. No es recomendable el tiramisú con impresionistas diabéticos. Tampoco recomendaría la nutella cerca de Las Tres Gracias de Rubens.
- Si lo que arrojamos son salsas, sería interesante contar con Estrellas Michelin como Dabiz Muñoz que manejen el tema de las emulsiones y las mezclas. Los pures deben tener la consistencia justa que deje traslúcida la imagen. El taboulé debe estar a temperatura ambiente y el pure de secreto ibérico debe quedar oculto en otro cuadro distinto, para que nadie se entere. No es bueno abusar del wasabi ni de la Sal Maldon si ya se cuenta con un tarro de Sopa Campbell. Conviene no arrojar al cristal carpaccio a palo seco, pues no marida con el vidrio, y aparte es una soberana estupidez.
- Arrojar gazpacho sobre un bodegón de verduras plantea un interesante diálogo deconstructivo, pues ambas partes del cristal coinciden en sus componentes. Si el guardia de Seguridad del recinto ha comido recientemente tempura (de verduras), es posible proseguir este diálogo, siempre que la presa que aquel haga sobre nuestro cuello, nos permite hablar.
- Conviene incorporar Maicena en "Los Relojes blandos" de Dalí para ayudarles a espesarse y coger consistencia. Por motivos igualmente compensatorios, no pasa nada por rociar de bicarbonato a “Saturno devorando a su hijo”.
- La "Mona Lisa" no necesariamente exige crema de cacahuete. Huyamos de la literalidad.
- Si queremos dar de comer al arte, existe algo llamado mecenazgo. Repito que no hay que tomarse las frases al pie de la letra.
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