No podía creer lo que estaba viendo a través de las pantallas de televisión. Una tremenda oleada de argentinos invadía la zona por la que, al parecer, iba a discurrir la “rúa” del flamante equipo ganador del Mundial de Futbol en Qatar. Cuando llevaba unos minutos contemplando las carreras de la multitud enfervorizada, las intervenciones policiales, el salto sobre el autobús de un par de hinchas, el conato de decapitación por un cable de varios jugadores de la selección, etc., decidí cambiar de canal horrorizado temiendo una catástrofe producida por un aplastamiento masivo. Jamás me imaginé que el triunfo de una selección provocara esa aglomeración de ciudadanos, de un pueblo que lleva años sumido en el caos económico y las constantes devaluaciones. Los cambios de gobierno no consiguen superar la catástrofe financiera y la fuga de capitales del país. Un estado con unas posibilidades de desarrollo extraordinarias y que, durante muchos años, fue el paño de lágrimas de muchos españoles que llegaron allí en búsqueda de futuro y consiguieron prosperar durante generaciones. Muchos de ellos, o sus descendientes, están volviendo a España con lo poco que han podido salvar. Volviendo a los hechos que hoy son motivo de nuestra atención, lo sucedido desde que ganaron agónicamente la final frente a Francia, es digno de estudio y merece permanecer en los anales de la historia de la humanidad. Tan solo había que escuchar los comentarios de cualquier componente de la masa enfervorecida que había elevado a los altares junto a Maradona la figura de Leo Messi, un tipo bajito, en el declive de su carrera futbolística (lo que no le impide seguir siendo el mejor), que continua transmitiendo la sensación de ser una especie de dios del futbol para el que nada es imposible. Los pobres necesitan una referencia y un modelo que les permita superar sus frustraciones. Messi es un pibe nacido de la nada, emigrante del futbol desde su infancia, que lleva 20 años demostrando por los campos de todo el mundo que es un digno heredero de los otros dos grandes futbolistas que anduvieron por España: Alfredo Di Stéfano y Diego Armando Maradona. Los argentinos, con los bolsillos vacíos, con un futuro incierto, se sienten felices al contemplar como algunos de sus compatriotas nadan en la riqueza absoluta conseguida por sus habilidades futbolísticas. Entre ellas destaca Lionel Messi con unos ingresos anuales de unos 125 millones de euros entre sueldos, empresas propias y publicidad. Una cifra que permitiría vivir dignamente a más de 10.000 familias. Sí, ya lo sé, puede que esté cayendo en la demagogia. Pero es que me parece un poco excesivo. Lo bueno de esta situación, es que los tres millones y picos de bonaerenses que atestaron el Obelisco y sus alrededores fueron y serán felices durante unos días o mucho tiempo. Dirán a sus hijos “yo estuve allí” aquel día en que los jugadores de la selección argentina tuvieron que sobrevolar la ciudad porque era imposible circular por la misma. (Salvando las distancias, aún recuerdo con nostalgia un fervor colectivo malaguista en el que participé en mi juventud. El Málaga ascendió a primera de la mano de otro ilustre argentino: Sebastián Humberto Viberti). El pueblo argentino durante los próximos cuatro años será feliz y mirara por encima del hombro al resto del mundo. Aunque tenga la despensa vacía y los bolsillos con telarañas. Solo por hoy se sentirá miembro de una selección que volvió loco de alegría a un pueblo que necesitaba un atisbo de esperanza.
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