En la historia peruana se han dado muchas huelgas generales indefinidas de distintos gremios, pero el miércoles 4 de enero arranca la primera experiencia de hacer una total a nivel nacional. Los más afectivos paros que antes se dieron, como los de julio 1977 o mayo 1978, fueron de 24 ó 48 horas. Estos últimos lograron sacar a los militares del poder y establecer la actual democracia.
Entre esas paralizaciones y la actual hay otras diferencias. Las de fines de los setentas estaban impulsadas por los sindicatos más clasistas y se centraban en el movimiento obrero, en Lima y en las principales concentraciones industriales y mineras. Esta vez Lima no es la vanguardia, sino la retaguardia, y los paros no son organizados por organizaciones laborales sino regionales.
El peso de la CGTP y de los sindicatos ha bajado, mientras que cobran protagonismo otros sectores no necesariamente asalariados como profesionales, pequeños y medianos propietarios, productores o comerciantes, comunidades campesinas o nativas, frentes de defensa, juventudes, ronderos, reservistas, etc. El carecer de una dirección centralizada es algo que no les ayuda, pero, al mismo tiempo, permite una mayor espontaneidad, radicalidad y explosividad.
El paro del 4 busca desembocar en una gran marcha de los 4 suyos hacia Lima. El descontento parte de los 8 departamentos del Sur, pero se extiende al norte y al centro (aunque sin la misma intensidad, por ahora). Las demandas de la protesta son cerrar el congreso y una nueva Constituyente. Con estas consignas bien pudo Castilllo haber movilizado multitudes para llegar a palacio en julio 2021 o para defenderse frente a las vacancias, pero él siempre trató de conciliar. Su repentina caída y prisión ha abierto un vacío y una caja de pandora.
Dina dice que nunca se imaginó que su Gobierno iba a generar tanta respuesta violenta, pero esta advertencia es algo que la derecha no quiso escuchar. Su golpismo puede generar un búmeran. Más militarización y balazos serán echar gasolina al fuego. Podrán dar paso a mayor descontento generalizado, deserciones en las tropas y a nuevas grupos de autodefensa.
Ir hacia una dictadura civil-militar puede terminar como la de Añez en Bolivia 2019-20. La presión popular podría desembocar en que sean los propios frentes de defensa quienes convoquen a la Constituyente que nunca quisieron conceder.
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