No resulta fácil sustraerse a acontecimientos como los ocurridos a lo largo de esta semana, y que al menos a mí me han producido una profunda desazón interior. Reconozco que han sido dos noticias que me han sobresaltado porque coinciden con algunas de las raíces que dan sentido a mi vida: la universitaria y la católica.
“...Mirad en twitter las mierdas de comentarios que están poniendo de vuestra presidenta...” ”Ayuso, pepera, los ilustres (que la llamaban asesina) están fuera”, Así se expresaba, entre otras lindezas, Elisa Lozano en su “brillante” discurso durante la recepción del reconocimiento que como número uno de su promoción, le otorgaba la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense, así como a la Presidenta de la Comunidad de Madrid y a otros ilustres homenajeados.
Me he formado intelectual y académicamente en la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid. En la década de los años 60 éramos una juventud rebelde al poder del régimen franquista, de una gran inquietud intelectual y muy imbuidos del espíritu universitario que prestigiosos catedráticos y profesores nos supieron transmitir. Una semilla que al pasar de los años fructificó en lo que luego fue la generación de la transición que desde Rodríguez Zapatero y sus herederos están empeñados en dinamitar.
Después de la histriónica intervención de esta futura periodista, cabe preguntarse:¿qué generación se está formando y educando en esta Universidad cuando lo más granado de sus alumnos, como Elisa, insulta, vocifera y desprecia a ilustres visitantes que han acudido, en calidad de invitados para disfrutar de un merecido reconocimiento? ¿No es esa violencia verbal repleta de odio, el germen de lo que hoy estamos sufriendo en nuestra sociedad? Una reflexión que la propia Universidad y educadores deberían hacerse. Degradar la escuela del saber y el conocimiento es la vía más segura para conducir a la sociedad hacia su propia degradación.
Sin solución de continuidad y en la ciudad andaluza de Algeciras un fanático marroquí en nombre de Alá ha sembrado la muerte y el dolor entre su comunidad cristiana. No han podido ser más acertadas las palabras que, entre lágrimas ha pronunciado el Vicario del Campo de Gibraltar, párroco de la Iglesia de La Palma: “la fortaleza está en el Espíritu Santo”. Nada que ver con el Alá que ha invocado el terrorista para extender la violencia, el odio y el mal por las iglesias de Algeciras.
Llevamos ya demasiado años que en Europa, en África y también en Asia, el yihadismo demoníaco ataca con saña a los cristianos, se trata de una persecución religiosa, aunque tenga también un componente económico y político. En la catedral de Bagdad el Papa Francisco refiriéndose a unos recientes atentados dijo que “su muerte nos recuerda con fuerza que la incitación a la guerra, las actitudes de odio, la violencia y el derramamiento de sangre son incompatibles con las enseñanzas religiosas”. Sembrar la semilla del odio en la palabra es el paso previo a la violencia y a la muerte…
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