Incluso alardea de que cuenta con 123 escaños. Pero ¿qué habrá pensado qué ocurriría si acaba por no dimitir, y nos hace llegar al punto álgido de las segundas elecciones?
Es bien triste decirlo, pero cuanto antes el presidente de Gobierno en funciones atraviese el peligroso rubicón, mejor será seguramente para él y para el resto de los españoles. Claro que ante la ciudadanía, tendría que ir con la verdad en labios. Acto más que exigible a “alguien que desea lo mejor para España”. Es claro que al Presidente en funciones no le reporta ningún complemento especial el hecho de tener algunos votos más que los obtenidos por sus contrarios en las últimas elecciones generales. Cierto es que ha sido el de más votos cosechado, pero todavía infinitamente alejado de la mayoría absoluta necesaria para gobernar; es más, cinco millones de votos fueron los que le arrancaron los partidos emergentes (incluyendo al PSOE, que poco tiene de emergente). Piénsese, además, que los escasos valores de Rajoy están, a día de hoy, en tímida aunque continuada descendencia, en tanto el pueblo pide, un día sí y el otro también, su escaño. “¡Váyase, señor Rajoy!”, emulando al que tantas veces fuera agitado de esa forma. La valoración política de una persona ha de ser ponderada, justa y objetiva. Justo cuando el alto grado de irritabilidad y hartazgo va creando una situación que, con los terribles datos que conocemos sobre la corrupción, es más que cierto que este razonamiento no se sostendrá permanente: algo tan grave y escandaloso como la financiación ilegal de un partido durante 4 años, y los innumerables escándalos, nunca antes vistos seguramente en ningún gobierno español (si olvidamos la dictadura franquista, cuya corrupción retroalimentaba el escaso funcionamiento interno de aquella caduca España de rosario y pandereta; dado que el comercio exterior se hallaba del todo casi frenado).
Lo que fue bien cierto es lo mucho se llenaron los bolsillos los que más rondaban en torno al poder, al tiempo que miraban hacia otro lado. Y con todo este escándalo, uno se pregunta, no sin cierto pudor: pero ¿aquello era la sede del PP o la cueva de Alí Babá y los cuarenta ladrones? Pero él sigue con su tensa sonrisa barnizada de dudas, dejándolo todo tal cual está.
Uno observa que cada día comunican lo mismo, sin que al presidente en funciones se le altere una sola micra su levedad política. O lo que aún es peor: Mariano Rajoy no cambia. Parece aceptar de buen grado todo cuanto se le diga. Uno reflexiona sobre esa extraña actitud de quedarse absorto para, seguidamente, soltar una de sus chorradas. Espero que lo que uno ve cada día sea solo un mal sueño. Aunque lo dudo.
Pero intentaré olvidarme de las ensoñaciones y volveré a insertarme en la triste realidad: cuan buenas y sabrosas cuentas se repartieron los populares antes y después del ladrillo ¡Cuánta transparencia en las negociaciones con los constructores! ¡Bellísimo caudal ético! Se cuenta y no se cree. Los que debían ser modelo honradez, en cuyos espejos acabaríamos mirándonos los demás… Esos honrados y respetuosos ministros o presidentes de Gobiernos (que los hay), de entre los que elegimos en las urnas se sabe poco. Pensando en ellos, uno cree que serían las personas ideales para hacer un país grande, rico y transparente. Pues no: con muchos de los elegidos el 20-D creo que nos equivocamos; pues si en un principio parecían mejores, ya están intentando engañarnos como a inocentes corderillos.
Y volviendo al comienzo, este continuado silencio del principal responsable del Gobierno en funciones no está haciendo ningún bien a España. Pues cada día son más los periódicos dando la voz de alarma.
Y acabo con una frase de Step Zweighen. “Un ser humano que se consagra a la política no se pertenece ya a sí mismo y tiene que obedecer a otras leyes diversas de las sagradas de su naturaleza. Primera muestra de una auténtica vocación política lo es, en todo tiempo, el que un hombre renuncie desde el principio a exigir aquello que es inalcanzable para él”.
|