Ese fue el título que le puso a una de sus obras nuestro eximio literato, José Cadalso, que escribió en 1772, una sátira breve y ligera contra un tipo de educación entonces frecuente: la erudición meramente superficial y sobre la falsa sabiduría de los pedantes, que sin siquiera saber leer y sin estudiar mínimamente quieren opinar de todo y lo hacen con pretensiones. El contenido y estructura quedan claramente reflejados en el subtítulo puesto por su propio autor: "Curso completo de todas las ciencias, dividido en siete lecciones, para los siete días de la semana, publicado en obsequio de los que pretenden saber mucho estudiando poco".
Esto lo dice nuestro insigne escritor y valiente militar, muerto en combate contra los ingleses, en el siglo XVIII, ¿Qué no se le vendría a la mente y qué diatriba no escribiría si viviese en la actualidad? Estamos rodeados de personajes y personajillos que, a fuer de no saber distinguir cuál es la mano derecha de la izquierda y queriendo aparentar lo que no son, circulan por esta España de nuestros pecados, sin que, la mayoría de las veces, nadie se atreva a descubrirlos y, cuando hay alguien que osa tamaño desatino, se revuelven furiosos contra él y le azuzan su jauría de mastines, tan indocumentados y zafios como él,que le atacarán de todos modos y formar hasta el ostracismo o la muerte pública. Están destrozando nuestro bello idioma con la inclusión de barbarismos, sobre todo, procedentes del Inglés, al parecer porque “viste” y “da tono” emplear palabras extrañas que ni la mayoría de las veces las saben pronunciar, evitando emplear las nuestras. Soy partidario de que los vocablos extranjeros se incorporen a los nuestros, siempre y cuando en nuestra lengua no existan, pero contrario a que los nuestros sean cambiados por otros que la mayoría de las veces no tienen la carga y fuerza semántica que los autóctonos. Hoy, con la forma de expresión inclusiva, se están llegando a extremos de soberana ridiculez y sandez. Ciertamente, aunque he dicho hoy, la extravagancia viene de antiguo. Allá por los años en lo que Felipe González fue presidente del Gobierno, su esposa, en una charla a estudiantes, tuvo la ocurrencia de dirigirse a ellos, diciendo: “Jóvenes y jóvenes”. A partir de entonces la retahíla de mamarrachadas es continua y constante, especialmente en los eruditos de la Izquierda, muchos de los cuales solo tienen los estudios necesarios para saber leer y escribir, pero se comportan como unos “sabelotodo” e intentan sentar cátedra pontificando sobre conocimientos de materias que nunca han estudiado y actúan como sabihondos de cualquier conocimiento. Un hermano mío tenía por norma decir: “quien no sabe de una cosa, que se calle”, y nuestra madre, cuando alguno de los cuatro hermanos decía una tontería, le decía: “anda niño cállate que estás más guapo callado”. Si esta regla se la aplicásemos políticos, periodistasy más gentecilla del mundo del “relumbrón”, cuántos de ellos estarían callados. El destrozo de nuestra bella lengua es constante e incesante, solo rememoraré una forma de expresarse de políticos, periodistas y gente del mundillo del oropel: Constante y continuamente se oye decir para referirse a una cantidad. “Llegaron cuarenta y un emigrantes”, “fallecieron veintiún personas”… y así hasta la saciedad de expresiones, vocablos y frases dichas por personas que no tienen más luces que las del día y, aunque hayan entrado en una universidad, la Universidad, no ha entrado en ellos (dicho en mis tiempos de universitario que aplicábamos a los zotes), ¿Qué trabajo les daría decir veinte y una persona, o cuarenta y un emigrantes? A continuación copio esta especie de exordio o introducción escrita para su trabajo por el mismo José Cadalso en el siglo XVIII, que sin escrúpulo alguno podemos darla por válida en la actualidad. “En todos los siglos y países del mundo han pretendido introducirse en la república literaria unos hombres ineptos, que fundan su pretensión en cierto aparato artificioso de literatura. Este exterior de sabios puede alucinar a los que no saben lo arduo que es poseer una ciencia, lo difícil que es entender varias a un tiempo, lo imposible que es abrazarlas todas, y lo ridículo que es tratarlas con magisterio, satisfacción propia, y deseo de ser tenido por sabio universal.
Ni nuestra era, ni nuestra patria están libre de estos pseudoeruditos, (si se me permite esta voz). A ellos va dirigido este papel irónico, con el fin de que a los ignorantes no los confundan con los verdaderos sabios, en desprecio y atraso de las ciencias, atribuyendo a la esencia de una facultad las ridículas ideas, que dan de ella los que pretenden poseerla, cuando apenas han saludado sus principios”. Da una receta para cada día de la semana que es una delicia disfrutarla. ¿Qué diría si viese que un impostor que ha falsificado su tesis doctoral preside nuestro Gobierno? Se lo llevarían los demonios.
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