El Roto, en una de sus punzantes viñetas que denuncian situaciones de imperiosa actualidad, nos muestra a un hombre de porte distinguido y decidido con una maletín en la mano. Camina por el interior de una alcantarilla pisando lo que circula por ella: mierda. El texto que acompaña la imagen es directo: “A los grandes despachos se llega antes por las alcantarillas”. Cuando se habla de alcantarillas se hace en sentido político y económico. Se refiere a las maneras nada limpias de alcanzar los objetivos propuestos.
A pesar de que vivimos en una sociedad atea todavía queda un poco de rescoldo, quiérase o no, que no somos producto de un azar ciego, que somos creación divina hechos a imagen y semejanza del Creador. A pesar de que el ateísmo reinante esté cubierto con una capa de religiosidad, el rescoldo que queda en nuestros corazones nos recuerda que somos criaturas de Dios con conciencia del bien y del mal. Esta capacidad de discernimiento es lo que nos hace comprender que las alcantarillas político económicas no son buenas para el bien común. Excepto para quienes se benefician de ellas.
Como quiera que todavía queda rescoldo que nos permite razonar, intentaremos averiguar de dónde procede el placer que nos proporciona andar por las alcantarillas. Es obligado tener que acercarnos al origen del hombre y que debido al pecado se desarrolla en el hombre la tendencia a hacerse un nombre. Así es como ya en la antigüedad se despertó en el hombre el deseo de andar por las alcantarillas.
El problema empezó a agravarse en el momento que “comenzaron los hombres a multiplicarse sobre la faz de la tierra” (Génesis 6: 1). Con el incremento de la población pecadora la maldad se hizo más evidente. La situación empeora cuando “los hijos de Dios”, la descendencia de Set por la que viene el pueblo de Dios, “vieron que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron para sí mujeres, escogiendo entre todas” (v. 2). El pueblo de Dios tiene que ser sal que preserva de la corrupción.
Es así como aparecieron lo que se conoce como “matrimonios mixtos”. Del resultado de la proliferación de este tipo de matrimonios fue que la sal perdió su poder anticorrupción. Un ejemplo bíblico de tal acontecer lo encontramos en el rey Salomón que por casarse con mujeres paganas se alejó de los caminos de Dios con lo que se inició el declive de la monarquía con resultados funestos para el reino.
Debido a que la sal perdió su poder anticorrupción la maldad se extendió sin freno. El resultado de dicho mestizaje espiritual fue que “después que se llegaron los hijos de Dios a las hijas de los hombres, y les engendraron hijos. Éstos fueron los valientes que desde la antigüedad fueron "varones de renombre" (v.4). Habiendo perdido la sal su poder anticorrupción espiritual, ¡ancha es Castilla! La sociedad empezó a dividirse en dos categorías: caudillos y plebe, reyes y vasallos.
El resultado fue el nacimiento del primer gran imperio: el asirio. Y así ha sido a lo largo de la historia que han escrito los poderosos “los varones de renombre” de cada generación.
La denuncia que hace El Roto: “A los grandes despachos se llega antes por las alcantarillas” se queda en una simple denuncia que levanta la manta dejando al descubierto la inmundicia de las alcantarillas, pero, sin capacidad d sanearlas, porque “los varones de renombre” al no tener como guía a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo se dejan guiar por las inclinaciones perversas de sus corazones endurecidos, insensibles a las necesidades ajenas.
Según Jesús, esta es la característica de los “varones de renombre” que se convierten en autoridades públicas en los diversos estamentos de la administración del Estado: “Porque de dentro del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, el engaño, la lascivia, la envidia, las maldiciones, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre” (Marcos 7. 21-23).
Se intenta frenar la corrupción legislando leyes anticorrupción, sin conseguirlo. Se da el caso que los mismos legisladores las quebrantan. La razón es muy sencilla: no se ataca la fuente de la corrupción que es el pecado...
Después del Diluvio, Noé y sus tres hijos y sus respectivas esposas, todos ellos descendientes de Set, fueron los únicos supervivientes de la catástrofe. De su descendencia se repobló la Tierra. A pesar que eran pueblo de Dios, no dejaron de ser pecadores. Pasa el tiempo y la Tierra se repuebla.
La historia se repite: “viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron para sí mujeres, escogiendo entre toda…Y también después que se llegaron los hijos de Dios a las hijas de los hombres, y les engendraron hijos. Éstos fueron los valientes que desde la antigüedad fueron varones de renombre”.
Así será hasta el fin del tiempo cuando Jesús en su venida gloriosa vendrá para instaurar el Reino eterno de Dios en el que no tendrá cabida nadie cuyos pecados no hayan sido lavados por la sangre de Jesús. Es decir, no serán ciudadanos de este Reino quienes no sean verdaderos hijos de Dios. En este Reino no se encontrarán “varones de renombre”.
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