Novak Djokovic y su tenis excelso se reconciliaron con Madrid. O el público de Madrid se rindió a la cátedra que el serbio expuso sobre la arcilla de la Caja Mágica. Ambas versiones son válidas. Lástima que, durante dos cursos, ni Madrid disfrutó de Djokovic ni Djokovic recibió el cariño desde las gradas (Nadal se mueve en otra esfera superior). Así son estas historias de desencuentros y amor eterno. En 2013 -y después de haber ganado en 2011- tenista y afición abrieron una crisis que se cerró dos temporadas después con la coronación de Djokovic en la edición histórica del XV Mutua Madrid Open. El balcánico se impuso con rotundidad a un combativo Murray. El escocés vendió cara su derrota y no tuvo más remedio que ceder su corona de campeón (6-2, 3-6 y 6-3 tras 126 minutos de juego).
Era un martes de 2013. Era un 7 de mayo, más allá de las diez y media de la noche, cuando Djokovic enfilaba el túnel de vestuarios entre abucheos y reproches generalizados. Su actitud desafiante no había gustado al respetable. Y al serbio no le gustó que el público tomara parte en favor del búlgaro Dimitrov. Nadie pensó en las consecuencias. Dos ediciones sin contar con el serbio. Éste, además, tampoco mantenía unas buenas relaciones con la organización. Verdad que recuerda aquellos problemas con el color azul de la tierra batida. El desamor era mutuo. La reconciliación se hizo posible con el tenis. Durante este tiempo, el serbio ha impuesto su mando en este deporte y Madrid acabó rindiéndose a un tenis de alta escuela.
Dejando en un apartado especial a Nadal -el manacorí es el ídolo de la Caja Mágica-, Madrid contó con la mejor final posible para celebrar una edición especial: el XV aniversario del Mutua Madrid Open. Se daban cita las dos mejores raquetas del momento. Por un lado, el serbio Novak Djokovic, auténtico dominador del circuito. Enfrente, el campeón de 2015, Andy Murray. El escocés era, además, el número dos del mundo. Era porque tras ceder su corona también cedió esta privilegiada posición a Roger Federer. El serbio, por el contrario, no sólo se apuntó el torneo de Madrid, sino que superó a Nadal en cuanto a Masters 1000 se refiere (suma 29), alcanza 64 trofeos -en 90 finales disputadas- de la ATP e iguala así la marca de dos figuras del tenis: el estadounidense Pete Sampras y el sueco Björn Borg. Sus coetáneos Nadal y Federer cuentan con 69 y 88, respectivamente.
Murray, digno oponente
Aquel rebelde Djokovic de 2013 quedó en el olvido en 2015, donde se comprobó un Djokovic más centrado, más agradable (se soltó hablando en español en las entrevistas tras sus triunfos), y con un tenis de otra galaxia. Sin ser comparativo, el serbio exhibe músculo en cualquier faceta. No ya es cuestión de firmar buenos saques o hacer certeros restos. Ni tampoco de mostrar su demoledora derecha o su revés a dos manos. Ni de ver cómo hace dejadas donde la bola dibuja una caída inalcanzable para el adversario. Djokovic trasmite unas sensaciones no vistas en ningún otro tenista actualmente. Hace el tenis sencillo. Sin estridencias. Domina la pista desde el fondo. Llega a la pelota en dos pasos (como hace Federer) o devuelve incansablemente todas las bombas de su rival, como hace Nadal. En definitiva, Djokovic es un tenista completo. Inalcanzable.
Todo esto se comprobó durante el primer set. Djokovic jugó con Murray. Ofreció una cátedra sobre cómo se debe jugar al tenis. El 6-2 refleja la abrumadora superioridad del serbio sobre el escocés. Y todo en apenas media hora de juego. Murray sólo fue capaz de hacer tres aces. Sus tres únicos puntos ganadores. La desilusión del escocés se transformó en orgullo. Reaccionó y empató el encuentro (pasó de un 2-2 a un 5-2), llevando al serbio a jugarse todo en el tercer set. En esto residió el aporte de Murray. No se dejó ir. Luchó e hizo sudar a Djokovic, e incluso se diría que hacerle dudar cuando recuperó dos juegos en contra en la manga definitiva. O cuando dispuso de hasta siete bolas para hacer un break (5-3 iba el marcador) que hubiera vuelto a engancharle al partido. El serbio templó nervios, ofreció su repertorio de grandes golpes y acabó coronándose, por segunda vez, sobre la arcilla de la Caja Mágica de Madrid. Lo hizo con un tenis de quilates, únicamente al alcance de los grandes Maestros. Queda la incógnita de si sabrá imponerlo en Roland Garros. De momento, Madrid se rindió al tenis de Djokovic y Djokovic se reconcilió con Madrid.
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