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Banquete de boda

Creación y evolución: dos fes antagónicas como la luz y la oscuridad
Octavi Pereña
martes, 31 de mayo de 2016, 00:38 h (CET)
La periodista Gemma Tramullas entrevista a Marta Salguero que estudia cuarto de matemáticas en la Universidad de Barcelona. A la vez coordina el Grupo Bíblico Universitario del campus central de la UB, en donde expuso su fe en las jornadas interroga a un cristiano.

La periodista le pregunta a Marta: - Usted es matemática. ¿No cree que la ciencia y la fe en Dios se llevan mal? Respuesta. “Alguien dijo que un poco de ciencia te aleja de Dios, pero que mucha ciencia te acerca. Yo como matemática busco la verdad científica, y ha sido precisamente la verdad científica la que me ha acercado a Dios.

Entrevistadora. - ¿Cuál es esta evidencia? Marta Salguero responde: “No digo que sea demostrable al cien por cien científicamente, porque no hay nada que lo se al cien por cien. Pero se sabe que la probabilidad de que haya vida compleja en la Tierra es de 10 elevada a la potencia -123. Demasiados ceros le dice Tramullas, para alguien de letras. Aclaración: “Es un 0 seguido de un punto, 122 ceros y un 1, esto y nada es casi lo mismo. Ante esto existen dos opciones: creer que venimos de la nada, o bien que una mente inteligente ha diseñado este universo a nuestra medida”.

La redactora le dice a la matemática: - Y usted cree en la segunda. La respuesta que le da la estudiante de matemáticas: “El cristianismo es la explicación más coherente del ser humano, de la sociedad y de nuestros problemas. El ser humano se ha alejado del diseño original de Dios, somos defectuosos, estamos rotos por dentro y necesitamos que Dios nos restaure”.

¿Sus padres son creyentes?, pregunta la periodista a Marta Salguero. Ésta, muy coherente con lo que dice el apóstol Juan: “Todos los que le recibieron (Jesús), los que creen en su Nombre, les dio potestad de ser hijos de Dios, los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:12,13). Es decir la fe no es una herencia que se transmite de padres a hijos. Es una decisión personal con la intervención de Dios que quita la venda que tapa los ojos que impide ver la realidad. Por esto, la estudiante de matemáticas da esta respuesta: “la madre es bautista y el padre no. Pero el cristianismo es una relación personal con Dios, pero entendí que debía volver”. Marta Salguero de alguna manera se comporta como el hijo pródigo de la parábola. En vez de seguir en la fe que le transmitía su madre se fue a una “tierra lejana” que tenía muy cerca: “Iba al instituto y eran años de mucha presión: los compañeros no piensan como tú, sales más de casa, ves más opciones. Entonces tenía otros dioses. El tenis era un gran dios, la música, los estudios…Intentaba hacerlo todo bien por mi misma, encontraba la fuerza en mi para solucionar los problemas, pero a primero de carrera estos dioses me cayeron”. Las algarrobas que le daba el mundo no satisfacían el apetito que sentía su alma. El agua salada que le daban a beber sus dioses intensificaba la sed de su alma. “Buscaba un sentido más profundo en mi vida”, afirma la estudiante. Dice que un profesor católico la impactó por su serenidad. Pensó. “Quiero lo que tiene este hombre”. Igual que el hijo pródigo Marta Salguero “volvió en si y se dijo…Me levantaré e iré a mi padre y le diré: Padre he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo, hazme como a uno de tus jornaleros” (Lucas 15:17-19). “Regresé a las raíces de la Biblia” dice Marta Salguero, “a buscar personalmente a Dios. Y lo encontré. Antes quería solucionar las cosas a mi manera y no podía, ahora es Dios quien me dice lo que puedo y lo que he de hacer”.

El pródigo abandonó la “tierra lejana” y emprendió el regreso a casa. “Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello y lo besó. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle, y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta” (vv.20-23).

El pecado alejó al hijo de la casa de su padre, pero el arrepentimiento lo devolvió al hogar que en su necedad había abandonado. Esto es lo que le sucede a cualquier persona que habiendo abandonado a Dios creador del cielo y de la Tierra que vuelve en si y confiesa su pecado. Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, viendo en la lejanía que su hijo prodigo regresa a su casa empieza a correr para apresurar el encuentro para poder abrazarlo y con júbilo introducirlo en el banquete de bodas que se celebra en su honor. En los cielos hay una gran alegría por un pecador que se arrepiente.

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