Uno de los conciertos más esperados del año en la escena musical peruana, fue el que dio The Cure el pasado miércoles 22/11 en el estadio de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Era una presentación que significaba el reencuentro de la banda con sus fans peruanos después de 10 años, cuando se presentó en el Estadio Nacional.
Se intuía que sería una velada muy distinta a la de 2013. El país ya no es el mismo desde aquel entonces, en especial en cuanto a la recesión económica, que se dejó sentir en el espectáculo con 42 mil fanáticos. Cifra nada despreciable. Pero bien sabemos que cuando se habla de música, la cantidad solo sirve para la contabilidad, no para medir la épica vital, porque si había un momento para que The Cure se legitime con sus fanáticos peruanos (cientos llegaron de otros países de la región, por cierto) era precisamente este.
Fundada en 1976 en Crawley (Inglaterra), los liderados por Robert Smith recién empezaron a disfrutar del merecido éxito mundial a finales de los ochenta e inicios de los noventa, siendo el álbum Desintegration de 1989 clave en la configuración emocional entre la banda y su público. Su propuesta caló en las sensibilidades que asumían como podían los radicales cambios y conflictos que experimentaba el mundo: la caída del Muro de Berlín, la desaparición de la URSS, la guerra de Irak, el auge del narcotráfico, el paso firme del modelo económico neoliberal, el fin de la historia según Fukuyama, la muerte de Lady D, la crisis de legitimidad de las ideologías, etc., eran los elementos que marcaron a una generación de jóvenes que veían con desaliento los últimos años del siglo XX y como modo de vida la autodestrucción (la veneración a renombrados suicidas, no es gratuita), y en esta bandeja no podía estar ausente Perú: crisis económica superior al desastre argentino actual, la guerra entre el Estado y los grupos terroristas Sendero Luminoso y MRTA, el autogolpe de Fujimori de 1992, la dictadura de Fujimori, la destrucción de la meritocracia, el bombardeo a la educación, la goleada de Chile a Perú que lo sacó de Francia 1998, la migración de miles… En este escenario global, The Cure firmó su referencialidad en la historia contemporánea de la música y marcó con fuego a sus millones de seguidores.
Si bien lo del miércoles no se compara con la algarabía de abril en el año 2013, cuando una fuerza intergeneracional colmó el primer coloso deportivo peruano, lo que se vivió tiene en la mística su marca de agua. No hacía falta examinar, al vuelo nomás: de la base 30 hacia arriba. Es decir: aquellos que crecieron escuchando a The Cure en una época tan incierta como la de hoy.
Los años no pasan en vano, pero Robert Smith, Simon Gallup, Jason Cooper, Reeves Gabrels y Perry Bamonte envejecen como se debe: en buena forma. No estuvo el tecladista Roger O´Donnell por problemas de salud y fue reemplazado por Mike Lord, quien estuvo a la altura de sus ilustres compañeros. Robert Smith sabía a qué país estaba llegando y prueba de ello fue su saludo silente al público: no era la cantidad de personas que se esperaba, pero eso no le importó. Era su público: el adolescente hoy mayor y ¿realizado? que hizo de la música de The Cure su banda sonora.
“Alone” fue la primera canción de las 29 que tocó la banda en dos horas y media. No pudo ser más precisa esa atmósfera inicial que ubicaba al asistente en una esfera existencial neutra, entre la calma y la desesperación. “PicturesofYou”, “A Forest”, “Burn”, “TheWalk”, “Fascination Street” y “Closeto Me”, de las preferidas para quien escribe. No hubo impaciencia en el público —lo que sí en el 2013: buena parte del respetable había ido por sus cinco canciones más conocidas (tocaron 41)— y cada tema era esperado con el corazón en la mano. Un eterno viaje introspectivo, sería la definición exacta para este concierto de The Cure, que ya quedó en la memoria y el corazón. Llámalo perdurable.
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