A este cineasta norteamericano, bastante denostado en su día, debo mi afición por el cine de los 40. Una etapa en la que no veíamos cine los niños de la época y que pude disfrutar con la llegada de la televisión que se ha ocupado de revisar toda su obra. Especialmente en los días navideños en los que no falta la proyección de “Qué bello es vivir” en muchas de las cadenas.
He disfrutado de su “Vive como quieras” y “Arsénico por compasión”. Películas que hacen un canto a la utopía. A la búsqueda de la felicidad a través del servicio a los demás. A la importancia de la influencia en la paz irradiada alrededor de nuestro metro cuadrado. Me acuerdo de Capra cuando llega la Nochebuena y, una vez más compruebo como ese espíritu navideño que proclama en sus películas, sigue brillando por su ausencia. El mensaje de ese niño Dios, nacido en una pequeña cueva de un pueblecillo perdido en medio de un territorio que entonces vivía sojuzgado por los próceres de la época, sigue resonando hoy en el escenario de unas luchas fratricidas terribles, que el mundo contempla como si se tratara de un espectáculo bélico lejano. Un motivo para llenar telediarios. He llegado a la conclusión de que debemos renunciar a arreglar el mundo. Tenemos que centrarnos en “nuestro pequeño mundo”, lejos del consumismo y la parafernalia lumínica, de cabalgatas de Reyes circenses en las que se ha perdido el valor específico de lo que representan, de anuncios en televisión de perfumes y colonias con una voz de “gilipuertas afrancesados” y de comidas de empresa que muchas veces acaban como “el rosario de la aurora”. Los gobernantes siguen luchando por el “quítate tú para que me ponga yo”. Sin pensar en el bien del pueblo y la concordia entre todos. Nos transmiten su “argumentarlo” embustero que renuevan cada día. Es muy difícil que así hagamos un mundo mejor. Nos rodean guerras distantes y distintas. Nos maleducan “gurús” de la comunicación, influencers y coachs. Nos rodea toda una saga de arribistas y desahogados. ¿Cuál es mi buena noticia de hoy? Muy sencilla. La gente corriente, el españolito de a pie, se olvidará por un día de los problemas y recibirá al niño Dios en su corazón, acunado entre su encuentro familiar, en el que se le dará prioridad a los ancianos y a los niños, y las viandas que habrán aportado entre todos pensando en que “barriga llena a Dios alaba”. En mi casa seremos casi treinta. Bendecirá la mesa un niño y yo pronunciaré mi discurso anual pidiendo perdón por lo mal que lo he hecho. Como siempre me perdonarán. Seguiremos viviendo. FELIZ NAVIDAD PARA TODOS
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