Hace treinta y cuatro años, en 1990, la ciencia médica se apoyó en la medicina veterinaria para la investigación, capacitación y puesta en marcha en Puebla, con repercusiones nacionales y latinoamericanas, de la colecistectomía laparoscópica.
La colecistectomía laparoscópica es una técnica quirúrgica para extirpar la vesícula –en ese entonces solo se circunscribía a ese órgano, ahora el método se ha extendido a otros–, a través del laparoscopio, el cual es un instrumento equipado con una pequeña cámara de video, iluminación, ducto de gas y canal de trabajo.
Antes de finales de 1990, la colecistectomía laparoscópica no se empleaba ni se le conocía en Puebla, excepto en textos especializados.
El uso de esta técnica es muy importante, pues permite salvar la vida de cientos de personas a través de tres perforaciones muy pequeñas. Ese es el contexto en el que el cirujano general y digestivo Luis G. Sánchez Brito se da a la tarea de traer a Puebla esta nueva técnica, para ello, se capacitó en Estados Unidos e inició las gestiones para la adquisición del equipo necesario.
En octubre de 1990, consiguió prestado un equipo para ser trasladado a la capital poblana, y así, dar inicio con los protocolos respectivos, pues, es obligatorio experimentar primero en especies animales, cubrir determinado número de horas de capacitación y práctica, antes de poder intervenir a cualquier persona.
Las primeras etapas del proceso estaban resueltas, pero era necesario encontrar el lugar adecuado y el personal capacitado para poder ejecutar las prácticas en animales.
Fue así como Sánchez Brito, después de semanas de periplo, porque acudió a varias instancias sin respuesta favorable, estableció una alianza de colaboración con el doctor Salvador Calva Morales, a través del Centro Universitario Interamericano, hoy Hospital de Pequeñas Especies de la Universidad Mesoamericana.
En noviembre y diciembre del año 1990, después de que había asistido a un congreso de cirugía en Cuba, el doctor Sánchez Britooperó a veinte cerdos para quitarles la vesícula con la técnica de laparoscopía en el hospital veterinario de Salvador Calva. El resultado fue muy exitoso.
En enero de 1991 un segundo grupo fue capacitado, más tarde, el quince de febrero, se realizó el primer curso en Puebla, en el cual se enseñó a los primeros doce cirujanos la técnica para poder extirpar la vesícula a través de laparoscopía; también en las instalaciones facilitadas por el doctor Calva, pero ya con la intención de un programa permanente de capacitación y entrenamiento para cirujanos.
Fueron tan sólidas las bases que, por ocho años consecutivos se realizó la formación y capacitación. Otro hecho significativo fue que el quince de febrero de 1991 se operó una paciente en el hospital Betania dentro del marco del curso, se usó señal de video en vivo del quirófano al auditorio del hospital, a fin de que más médicos pudieran seguir los pormenores del procedimiento.
La cirugía fue realizada por los médicos Thomas Szego (Brasil), Ligia Grau (Ciudad de México) y Luis G. Sánchez Brito (Puebla), y así la historia cambió su rumbo, siendo un hito y parteaguas de la cirugía en Puebla.
De ahí que, de acuerdo con la ficha de síntesis de trabajos de investigación del IX Congreso Latinoamericano de Cirugía y XV Congreso Nacional de Cirugía General, suscrita por el galeno Sánchez Brito y sus colegas, en calidad de coautores, Enrique Ugarte, José Luis Cordero e Isabel Moreno, de enero a marzo de 1991, realizaron un estudio prospectivo controlado,utilizando veinte cerdos sanos de doce semanas de edad, y con un peso de entre veinticinco y treinta kilogramos. Para llevar a cabo el acto quirúrgico con esta técnica, los veterinarios, bajo la supervisión de Calva Morales, procedían a la preparación, anestesia general y luego a la recuperación de los ejemplares porcinos.
En ese lapso intermedio, los médicos realizaban la actividad quirúrgica bajo la supervisión del doctor Luis G. Sánchez Brito.
Fueron tiempos aquellos, dignos de un guion, de esos que tanto gustan en Hollywood. El tiempo pasó, la experiencia poblana se replicó en otras entidades y en otros países de Latinoamérica, porque Sánchez Brito se convirtió en un referente médico y Salvador, en un ejemplo a seguir de los puentes que se pueden construir desde la veterinaria.
Escucho todo lo anterior mientras comparto los alimentos con Luis y Salvador, quienes me platican los pormenores de cómo fue que sortearon cada uno de los inconvenientes que se presentaron. En un ambiente de camaradería me muestran fotocopias amarillentas, efecto de los años, a la par de que me comparten que fue así como se estableció una cálida amistad entre ambos.
Dice Luis: “visité varios consultorios, pero nadie quiso abrirnos las puertas para llevar a cabo nuestras prácticas, hasta que charlé con Salvador y sin mayor preámbulo, inmediatamente me dijo que sí, que él era un convencido de la investigación científica y que contáramos con él para todo lo necesario”.
“Estaba muy distante de saber la experiencia que Salvador traía detrás, tiempo después supe que él había efectuado estancias médicas con humanos mientras realizó sus estudios en la Ciudad de México”, dice Sánchez Brito mientras degusta una porción de tarta de manzana y café.
Calva Morales completa lo narrado: “por nuestra parte fueron jornadas de mucho aprendizaje, nuestro equipo de trabajo y nuestros estudiantes tuvieron la oportunidad de interactuar con personal médico altamente calificado, y ver de cerca una línea de experimentación y capacitación muy novedosa en su tiempo”.
Ambos sonríen, recuerdan aquellos días y sus ojos les brillan de manera diferente, no es la luz solar que penetra por el amplio ventanal, es el fuego del saber y el conocimiento –que al igual que la lava del amor–, no se puede ocultar.
Apago la aplicación de grabación de voz, mientras nos traen la cuenta de lo consumido, sé que en mis notas y en los bits de información llevo un trozo de la historia médica humana y animal de Puebla.
Luis y Salvador se despiden con un fuerte abrazo, se les ve contentos, yo, además, los veo satisfechos y con la conciencia en paz.
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