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El Muro

Sigue el comunismo sin despertar grandes rechazos y su iconografía resulta aceptable en gran parte de nuestro mundo. Sin ir más lejos, en España…
Juan Antonio Freije Gayo
viernes, 26 de abril de 2024, 10:43 h (CET)

Tras su inicial construcción provisional, el Muro de Berlín acabó por convertirse en una pared de hormigón de entre 3,5 y 4 metros de altura, reforzado en su interior  por cables de acero para así acrecentar su firmeza. Se organizó, asimismo, la denominada "franja de la muerte", formada por un foso, una alambrada, una carretera por la que circulaban constantemente vehículos militares, sistemas de alarma, armas automáticas, torres de vigilancia y patrullas acompañadas por perros las 24 horas del día. 


Semejante ingenio fronterizo fue ideado para que los habitantes del paraíso comunista, tal vez ignorantes de las delicias del mismo y obnubilados por el capitalismo demoniaco, no desertaran del perímetro de aquel mundo totalitario. Conviene recordarlo. 


El muro no era para que no entrasen desde fuera, sino para que no saliesen desde dentro. A aquella barbarie la denominaban socialismo real los intelectuales orgánicos, y gran parte de los mediosdel orbe capitalista, los mismos que insultaron y ridiculizaron a Solzhenitsyn por denunciar el Gulag, incluida la España del tardofranquismo, cuyos intelectuales orgánicos, los de contra Franco vivíamos mejor, denostaron a la víctima del totalitarismo soviético. Acabó afirmando el ruso, haciendo paralelismo y analogía de una célebre reflexión sobre la existencia de Dios que “ser comunista, inteligente y bueno es totalmente incompatible, porque el que es inteligente y bueno no es comunista, el que es comunista y bueno no es inteligente y el que es comunista e inteligente, es imposible que sea bueno. 


Pues bien. Parece que hoy el comunismo goza de no muy mala imagen en nuestras sociedades occidentales (salvo en aquellas que lo sufrieron) y sigue siendo apreciado, bajo su nuevo avatar verde y ecológico, como alternativa al peligroso capitalismo.  A quienes así piensen, solo le digo que se informen, que lean, que reflexionen.  Es la única manera de no aceptar la propaganda (incluida la ya muy antigua, originada en tiempos de la Komintern) como si fuera verdad dada.  Y pueden empezar por el muro. Pero los ejemplos son muchos.


Si uno profundiza, se vuelve anticomunista, si bien  los comunistas, califican como fascista a  todo el que se opone a su ideología. Pero no. Así como manifestarse antifascista no implica ser marxista-leninista, proclamarse anticomunista no significa estar orientado hacia el nazismo o el fascismo.  Es más, si uno es partidario de la libertad, y de eso que denominamos democracia, no le queda otra que hacerse contrario al comunismo y al fascismo. Pero teniendo en cuanta que algunas mentes desbordadas meten en el mismo saco el fascismo y lo que ellos mismos denominan neoliberalismo, poco más hay que hablar.


Comenzamos, pues, por el muro de Berlín, como epítome poco cuestionable de la barbarie colectivista. Bueno, también están Mao, Pol Pot, etc., y pongo el etc. por no continuar una enumeración de personajes o experiencias cercanas al genocidio en ocasiones, pero siempre totalitarias y fuente de pobreza y sufrimiento. No se podría enumerar lo contrario, ni una sola experiencia comunista que no hubiese generado un sistema carcelario o que, como mínimo, hubiese supuesto en avance en el bienestar de sus sufridores. Porque no lo hay. Y, sin embargo, sigue el comunismo sin despertar grandes rechazos y su iconografía resulta aceptable en gran parte de nuestro mundo. Sin ir más lejos, en España…

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