TODA MI VERDAD I
COMIENZO
Escribo apresurado porque me quieren matar. Voy a ser ejecutado y soy inocente. No sé de cuánto tiempo dispongo para narrar los hechos que me han conducido a esta situación, así que pido perdón por si el relato se torna atolondrado, confuso o con errores.
Intentaré contar lo más importante. Necesito dejar testimonio de que no tuve ninguna mala fe para con mi pueblo con lo que hice, quizá fue una torpeza al final de mi misión no haber previsto el problema que nos vendría, mas mi pueblo siempre ha sido piadoso con los soñadores, y no entiendo cómo se me condena a la Nada, así, con tal pasmosa rapidez, cuando estas condenas hace muchas eras que no se producían y cuando así era, según las crónicas, únicamente se articulaban contra asesinos o seres tóxicos de todo punto para los demás. No veo, y siento repetirme en esta afirmación, nada que yo haya hecho que me convierta en eso mismo que condenó y abocó a otros –y con acierto indudable; nada que decir al respecto, «los Jueces viejos siempre tienen razón, aunque no se comprenda su veredicto»– a donde a mí, hoy, me envían: la disolución.
Quizá mi caso es esencial por novedoso en su estructura: efectivamente, soy un peligro mortal para mis naciones. Mas siempre me han tenido como un soñador eficaz y notorio, de los más importantes para conocer el exterior mediante sueños-proyecciones. Nombro muerte, que me van a matar, porque es el término más parecido a lo humano trasladado del lenguaje Jerveri. He cifrado este texto, girando las grafías leve o bruscamente, por mera intuición, desde el jerveri para que pueda leerse de las formas más variadas posibles sin que pierdan las proyecciones básicas nuestras letras, en los distintos idiomas de la Tierra, y puedan ser acaso sentidas, captadas, en su vibrato, en otros cielos.
Yo nací soñador. Al Soñador se le detecta enseguida, se añade a las listas de hojas hechas de hilo de luz, ceremoniosamente y con orgullo de multitudes, y se le obliga inmediatamente a ejercer su poder en bien de nuestro Pueblo. En Jervedia hay diez mil soñadores aproximadamente –bueno, en realidad todos los habitantes, sean como sean biológicamente hablando, sueñan, pero no con traslado físico real ni logran recordar todo el sueño al despertar–, que van componiendo mediante sus viajes interestelares el crisol de la historia, algún día pensamos que así será, completa del universo, del Totum.
Somos una nación profundamente poética, en el término más insurrecto de la poesía («donde-la-poesía-se-ha-hecho-carne-y-viento»: del pasaje sexto del NACIMOS), y un pueblo pacífico. Crecemos en paz.
El partir con mediadores proyectados hacia otras realidades, sólo tiene como objetivo, como se ha expuesto, entender, si es posible, nuestro pasado enlazando las realidades de presentes, pasados y futuros de otros mundos que en el espacio sin fin, de lo material y lo inmaterial, son habitados, y evitar cualquier amenaza más allá de los problemas comunes que padecemos a diario, los de cualquier pueblo, al fin –no puedo contároslo, sería dar pistas sobre mi casa, y no es relevante en el relato–; nos resolvemos con eficiencia grupal, es lo único que puedo decir.
En ese sentido, muchos soñadores han viajado al planeta Tierra, conocido como uno de los menos peligrosos de los catalogados entre los mundos que podrían llegar –por ahora, no existen evidencias de ello– a amenazar nuestra subsistencia, pero la única certeza y regla del soñador es que no sabe a qué lugar le llevará su REM más profundo, a qué cuerpo, o biomasa, en qué época.
Mi delito es haber viajado a Tierra, y demasiado tiempo, y con riesgo extremo –según dictaminaron los superiores– para los míos.
Ley es también no involucrarse demasiado, solo lo suficiente para extraer la mayor información certera de aquel lugar y seres que se visitan. Pero es real que yo pasé la línea, y con creces. Quiero decir en mi favor que avancé tan lejos porque el sueño me llevó hasta donde me llevó, a esa realidad física donde descendemos los soñadores, y que no estaba ante una situación solo para contarla, sino para intervenir, y resolví hacerlo. Traicioné mi cometido. Lo acepto. Pero repito. Como soñador honroso y honrado varias veces por los superiores por mis viajes y análisis hallados, la situación en el planeta de los idiotas (así llamamos a la Tierra) que me encontré, no era la que se suele contar por los demás soñadores que han tenido mala fortuna en caer allí y traernos relatos anodinos y por lo enrevesados siempre (los terrestres todo lo enrevesan sin necesidad), ofuscantes y obscenos al oído de toda inteligencia.
Empero, yo entré en una pasión, viví más que en ningún otro sueño en ese mío que me lleva ahora a la decodificación completa como castigo; amé y me congratulé, y sobre todo vi, lo vi con claridad, que al contrario de lo que afirma el NACIMOS, el planeta de los idiotas es más importante para nosotros de lo que creíamos, más, mucho más. Escribo de corrido y al ir contando la historia me voy apercibiendo yo mismo de lo real pavoroso de la situación, pues mucho de lo vivido aflora ahora con mayor claridad, atropelladamente, me falta el aire y lloro, parezco que ya muero. Veo temblar mis larguísimos y fríos dedos, estoy revuelto de mente, como si flotase en el aire, esta máquina de escribir, tan mareado como me siento, parece un arrebol de nubes, a la vista de mis ojos acuosos, de mi –lo repetiré todas las veces que haga falta– pasión; pido perdón si alguna palabra aparece mal escrita, alguna hoja no se entiende bien porque a veces las lágrimas caen gruesas en ella o las hojas quedan demasiado arrugadas en el montón, al dejarlas caer en él, a mi lado, bajo este débil foco de luz que se me ha permitido.
Perdóname, mi Pueblo, pero si he de morir lo haré sabiendo que lo que he hecho era lo único posible que debía hacerse. Me siento culpable en extremo, la pena que siento me paraliza como apretado con concertina negra, como una momia que despierta, en realidad deseo esa muerte porque ya muerto estoy, o soy, o lo fui. En el fondo advierto que con el tiempo mi pueblo, y el mundo de los idiotas, sabrán que mi descenso, aquel día, ha sido relevante para todos los mundos. Porque topé con… ella (en ella estaba, y en muchas más cosas que la rodeaban, el movimiento)…, con un movimiento inédito, que tenía caladura en todo lo nuestro y lo de alrededor. Quizá delire. Quizá sólo sea un loco y por eso se decidió que he de ser prescindible. Mas, el impulso es más fuerte que toda duda, y no dejaré de decir lo que me condujo a mi ruina.
Dejo de escribir porque viene un consultor. Oigo sus flojos zapatos avanzando hacia aquí por uno de los pasadizos por los que se accede.
Entra y se sitúa ante mí, como quien mira un río. Mira alrededor de toda la celda.
El consultor tiene los ojos muy grandes y su voz es como una cascada de piedras, silba sorprendido ante lo que ve, o ante lo que no ve, un silbido oscuro y nervioso como un uau, mueve la cabeza mirando sitios intentando esquivarme la mirada. Claramente no puede evitar –aunque lo intenta– que yo le note que le es molesta la situación. Se pasea por la estancia con los brazos a la espalda, consulta cosas, me observa y sube la cabeza para arriba y se gira, prosigue su deslavazado escrutinio, en silencio completo. Lanza su verdosa mirada hacia mis ojos ateridos, y vuelve a decir uau pero mentalmente, un uau que flota frío en la oscuridad blanca de ambas mentes. En este mundo los lenguajes se han reducido a mínimos, y los sonidos son excepcionales.
Casi todos los consultores visten ropas coloridas. Éste viste un ceñido traje plata destellante y un casco de navegación de alegre azur.
Los consultores llevan en todo momento su atavío interespacial. Recorren Jervedia día y noche en sus distintas naves. Son los vigías que, ante el más mínimo peligro, avisarían a las Fuerzas repartidas; en casos extremos, a la Flota Principal, que ocupa de Pared a Pared el Universo.
Los soñadores somos importantes para la Defensa, por eso los consultores nos visitan y aconsejan a menudo, retroalimentan su conocimiento con nosotros.
Flumen no ha visto las hojas, con rapidez las oculté en una de mis estanterías amarillas, en uno de sus muchos y múltiples cajones.
«Cómo te encuentras».
«Listo. Cuánto me queda».
Esta vez el consultor se mostró menos severo, se sentó en mi lecho, que, de tan deteriorado, se balanceó como una barca en el mar; me miró con cariño y dijo:
—Aún falta un último juicio. La condena es inamovible. Pero Inocencia ha querido que se ejecute una última vista en el Juzgado estelar dentro de un número aún indeterminado de anocheceres que me concretará mañana.
—«¿Inocencia se interesa por mí?» —pregunté, asombrado. Nunca la había visto físicamente, siempre la entendí como una abstracción, a la Reina; de hecho, lo es, pero habita en todo, y eso se siente y es cierto.
Yo temblaba… Como una hoja en una ramita al viento fuerte.
—No es exactamente que se interese por ti, sino por tu historia. No ha dicho nada sobre la sentencia, ni si se adentraría en debatir si tu desaparición rauda a manos de la Ausencia es o no adecuada; requiere escucharte, en labios tuyos, en hocico tuyo, en llama tuya o en lo que sea que tengas en el momento que te presentes ante ella, soñador, amigo…
Agradecí al consultor su visita y salió a paso lento, algo cabizbajo y pensativo, como si hubiera dicho más de lo que le correspondía. Al fin, cerró la puerta con sumo cuidado, como si el ruido o vibración de ésta me fuera a doler –pobre compañero de mundo…–, y cuanto menos sonase al cerrarse, menos sufriría mi sangre y mente, mi orgullo, lo que quede de digno en mí.
«Le quiero. Pero es un traidor».
NOTA: Hasta aquí las primeras seis páginas de la novela “Humanzee”, de Ángel Padilla, editada por Hades ediciones. Si quieres seguir la historia, puedes pedir la novela en cualquier librería de España.
LA SINOPSIS DE “HUMANZEE”:
“¿Te has sentido alguna vez separado del resto, juzgado, herido por ello?
Te pregunto si te sabes distinto, y al mismo tiempo tan parecido a los demás.
Cada ser que nace en esta tierra es una forma de vida única e insustituible.
Nadie debería haberte dañado nunca por tu diferencia. En un mundo en que todo se basa en la competición, este es un lugar de seres heridos.
Y al mismo tiempo palpita en este mundo la promesa del respeto a lo diverso, a lo distinto, a lo único. Humanzee representa esta lucha nuestra de todas por ser respetadas.
Es un thriller fantástico, pero refleja la realidad.
Nadie queda fuera de este libro, ni tú, lectora, lector, todos en Humanzee sois nombrados y convocados, incluso aquellas/os que no saben y/o no pueden leer. O sus lenguas jamás han sido grabadas en libro alguno.
Humanzee pertenece al ciclo de novelas pro derechos de los animales y pro respeto humano con las que su autor ha ganado el Premio Ignotus 2008 a la Mejor Novela Corta de Fantasía y Terror, otorgado por la AEFCFT Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror, y la Nominación al Premio Ignotus 2019. Así como el creciente interés del mundo del cine por llevar la obra a las pantallas”.
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