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Nibiru (III)

Ángel Ruiz Cediel
Ángel Ruiz Cediel
viernes, 11 de diciembre de 2009, 07:59 h (CET)
El Vaticano, primero, valiéndose de su sonda Siloé, y la NASA, después, sirviéndose la sonda IRAS, descubrieron, pues, al principio de la década de los 80 la verdadera causa de la perturbación de las órbitas de Urano y Neptuno y qué producía el Abismo de Kuiper: Nibiru. El clásico mutismo de la Iglesia se vio contrarrestado por la difusión que importantes medios de comunicación norteamericanos dieron al descubrimiento del IRAS, si bien no se llegó a ponerle nombre a ese enorme nuevo cuerpo celeste, y, andando el tiempo, se lo acalló con diferentes excusas, a cual menos ingeniosa. De estar en lo cierto, no era para menos.

El cuerpo celeste que los sumerios nombraban como Nibiru (el Planeta del Tránsito), era en realidad conocido por casi todas las culturas primigenias del planeta. Si bien podía ser el Planeta X (10º) que la Ciencia había estado buscando desde casi un siglo atrás, también era el Marduk de los acadios, El Gran Destructor que se describe en la Biblia Kolbrin, el Gran Fénix de los fenicios, el Apep de los egipcios, el Némesis de los griegos, el Dragón Rojo de los chinos, el Quetzalqual de los mayas o el Ajenjo de las escrituras bíblicas. Un cuerpo que tendría un paso periódico por una zona próxima al Cinturón de Asteroides del Sistema Solar y que, según fuera esa proximidad y la posición de la Tierra, produciría pequeñas o cataclísmicas perturbaciones, pero incluso siendo las pequeñas capaces de causar efectos como el ya nombrado Diluvio. Sin considerar otros desastres cósmicos que han afectado al planeta que habitamos, hay sobrados vestigios, así en el manto terrestre como en la práctica totalidad de las mitologías que han sobrevivido hasta la actualidad, de los daños cíclicos que se han producido cada aproximadamente 3600 años, ciclo orbital que los sumerios atribuyen a Nibiru y que se corresponde con las mediciones efectuadas tanto por la NASA como por el Vaticano, ocasionando en algunas de esas oportunidades extinciones masivas y la súbita desaparición de culturas enteras.

A partir de este descubrimiento, la necesidad por parte de los mismos Estados implicados por saber de Nibiru se dispararon de una forma cuando menos peculiar, desenterrándose del olvido esta sociedad que hasta esas fechas había pasado poco menos que desapercibida o cuya investigación había quedado restringida al orden arqueológico o aún el religioso exegético. Pero, ¿qué era Nibiru y qué interés podía tener en él la Iglesia o los dirigentes mudiales?...

La Ciencia oficial, la de universidad y libros de texto, nos ha pretendido hacer creer que los mayas, los egipcios o los sumerios, entre otros, eran capaces de medir y situar con simples cuerdecitas y con observaciones oculares los cuerpos y constelaciones celestes, medir sus órbitas y hasta determinar aspectos tales como la rotación de la galaxia, todo ello sin considerar que conocían planetas, Sistemas y estrellas que recién hemos descubierto con los más sofisticados elementos ópticos; o que tribus poco evolucionadas como los dogones sabían poco menos que por ciencia infusa que Sirio era un Sistema Triple; o que los egipcios eran capaces, en plena Edad del Cobre, lo mismo de taladrar la diorita (el mineral más duro después del diamante) con agujeros de menos 0.3 mm para hacer cuentas de collar (tal y como se han encontrado en algunos enterramientos), cosa que hoy por hoy no es posible ni con técnicas laser, o que después de construir pirámides con ladrillos de adobe, edificaron las pirámides de Gizeh con tres tipos de granito traído desde miles de kilómetros y que, no mucho después, se volvieron nuevamente poco menos que tontos y regresaron a los ladrillos. Sólo construir los canales de ventilación de las Cámaras Reales de la pirámide de Keops, por ejemplo, debido a su inclinación, al número de hiladas de piedra que atraviesan y a su perfil cuadrado, serían prácticamente imposibles de construir hoy con toda nuestra tecnología, pues que para lograrlo habría que hacerlo después de edificada la pirámide, usando para ello técnicas que no podemos imaginar siquiera. Demasiadas inconsistencias tecnológicas históricas que, probablemente, a juicio de los investigadores tenían su punto de origen en esa cultura que ahora despertaba de nuevo.

“Sucedió que comenzó a aumentar la población sobre la superficie de la tierra; y nacían hijas. Entonces los hijos de los dioses se fijaron en las hijas de los hombres, que eran muy hermosas, y cogieron para sí por mujeres a cualquiera que les gustaba. De modo que hubo por aquel entonces gigantes en la tierra, ya que después de que entraran los hijos de los dioses a las hijas de los hombres, ellas parieron a los grandes héroes de antaño, que fueron héroes de renombre. Y vio el Señor que era enorme la maldad de la humanidad en la Tierra y que todo pensamiento y plan de sus mentes era solamente perverso en todo momento. Entonces le dio pena al Señor haber hecho la tierra… Y dijo el Señor: «Borraré de la superficie de la tierra a la humanidad que he creado».”, dice el Génesis (C.6)…, y dicen los sumerios en sus textos. Esta fue la causa de la división de los nefilim, los dioses sumerios, porque los del Cielo, los iggigi, consideraron este acto poco menos que zoofílico, y condenaron a los infractores a permanecer indefinidamente en el planeta, nombrándolos desde entonces como annunakkis, o, para nosotros, se dividieron los nefilim entre dioses y demonios. Un hombre tiene un hijo: una cultura muy avanzada, una especie. Por eso consideraron los iggigi un acto perverso que los annunakki se mezclaran con los hombres, y por eso batallaron y los annunakki fueron cuasi destruidos junto con casi todos los hombres, de cuya guerra también quedan vestigios en casi todas las culturas antiguas.

La diferencia entre los dioses y los hombres, en fin, pues que como dice la Biblia y los textos sumerios “fueron creados a su imagen y semejanza”, radica sobre todo en la longevidad, pues los días del hombre no superaban los 1200 años…, hasta después del castigo de los iggigi, en que, como dice la misma Biblia, los días del hombre fueron reducidos a un máximo de 120 años. Nada mencionan ninguno de los textos, sin embargo, de que los días de los dioses fueran reducidos, y, si consideramos la extraordinaria longevidad de la especie de los dioses, que como vimos en el artículo anterior podían superar holgadamente los 42000 años, significa esto que, si algunos dioses sobrevivieron, bien podría ser que fueran sus vecinos, amigo lector. Ángeles y demonios, pues, bien podrían estar entre nosotros, pues no pocas culturas, entre ellas la cristiana, refieren reiteradamente que éste es el reino de Satanás (probablemente un annunakki) y que hasta el regreso de Dios (probablemente un iggigi), nos dejó para proteger a los buenos a los ángeles (probablemente iggigis). Mayas, chinos, indostaníes, mazdeístas, mayas y muchas otras culturas, dicen exactamente lo mismo con diferentes palabras. Curioso, ¿no?... ¡Y los representan de una forma tan igual o parecida, que la causalidad no tiene más opción que pasar de largo!

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